miércoles, 11 de abril de 2018

Cuando Alejandro Obregón se comió el grillo


El gigante navegador Google dedicó hoy 4 de junio un ‘Doodle’ al pintor colombo-español Alejandro Obregón, con motivo del que sería su cumpleaños 94.

CUANDO ALEJANDRO OBREGÓN 
SE COMIÓ EL GRILLO
BIOGRAFÍA
Por Chachareros
4 de junio de 2014


El motivo de diseño que Google dedica para conmemorar cada día las efemérides de un hecho histórico, relacionado con situaciones o personajes (denominado Dooddle), se ha convertido en un icono de referencia para los millones de navegantes que usan el famoso buscador de internet.

El 4 de junio ese motivo de Google ha sido dedicado a uno de los pintores más destacados en la historia de Colombia, el costeño Alejandro Obregón. Es costeño por partida doble, porque nació en Barcelona (España) el 4 de junio de 1920, vivió lo mejor de su vida en Barranquilla y falleció en Cartagena (Colombia) el 11 de abril de 1992, a la edad de 72 años.
Célebre miembro del “Grupo de Barranquilla”, connotado amigo del Nobel de Literatura colombiano Gabriel García Márquez y de Álvaro Cepeda Samudio, sus anécdotas de vida son tan fascinantes como su obra pictórica. Precisamente forma parte de los cuatro grandes amigos habladores de quienes Gabo hace referencia en “Cien años de soledad”.
En Barranquilla dejó obras célebres para la posteridad, como el mural del Banco Popular, y el telón de fondo del Teatro Amira de la Rosa, que es toda una realización magistral. En este telón de fondo deja impresa su obsesión perenne por el caimán, la barracuda de los ojos azules y los colores fuertes, chillones e inconfundibles del Gran Caribe, su Caribe. Como cosa curiosa, hay un  mural suyo, que es toda una hermosura como toda su obra, en el pequeño cementerio de Juan de Acosta, en el Mausoleo de la familia Molina, en homenaje a la progenitora de su amigo Luis Alberto Santo Domingo Molina.
Cuando pintaba sus murales en plena calle, mucha gente se reunía a su alrededor a verlo desarrollar su obra con una paciencia infinita. Un día estaba casi solo. Apenas rodeado de unos cuatro o seis muchachitos. Tímidos, sin acercarse mucho a la docena de tarros de pintura que tenía regados en el piso mientras él estaba trepado en un andamio. Uno de los muchachitos dijo: parece gringo. Otro le ripostó: qué gringo ni qué carajo, no ves que tiene los bigotes como candela, los ojos azulitos y el pelo de incendio, es vikingo. No hombre, es holandés, dijo el otro. En esas, uno de ellos, para observarlo más de cerca metió el pié en una de los tarros de pintura y lo derramó por el piso. Obregón le lanzó, como flechas, todos los pinceles que tenía en la mano y se tiró del andamio a coretear a los pelafustanes “miren pelaos hp hijos de su madre, vayan a ver si la puerca puso, desgraciados”. Entonces uno de los pelaos gritó: “!Te lo dije, viste, viste, es barranquillero, es barranquillero, que vikingo ni qué carajo!”.
Sus amigos lo recuerdan como un hombre de un exquisito sentido del humor y una que otra excentricidad. En una ocasión llegó a la casa-tienda-cantina-restaurante que el grupo de amigos bautizó con el nombre de La Cueva. El dueño del establecimiento tenía un enorme grillo amaestrado. Cuando le silbaba, el grillo volaba desde dónde estuviera escondido y se posaba en el hombro de su amo y domador. Una noche Obregón llegó con hambre y pidió un sanduiche de pollo con jamón. El dueño de La Cueva le dijo que ya no había nada. “Entonces dame las dos tajadas de pan con mantequilla”. El señor atendió su pedido y se metió a su oficina a sacar las cuentas del día. Entonces Obregón silbó y el grillo se posó en su hombro pensando que era su amo. Obregón lo agarró de un manotazo, lo metió en medio de las dos torrejas de pan, y cuando salió el dueño de la atienda alcanzó a ver las dos alitas de su grillo, que aún se movían pidiendo auxilio. Obregón, previendo lo que sucedería, salió corriendo, mientras el dueño de la tienda, un veterano cazador, como también lo era Obregón y Álvaro Cepeda Samudio y tantos otros de ese grupo, sacó su escopeta de doble cañón, pero ya “el vergajo tigre mono se me había ido”.
En otra ocasión, un lunes en la madrugada cuando la ciudad duerme, se presentó Obregón a La Cueva. Toca la ventana con enorme estruendo. El maestro Vilá, dueño de la tienda, le pregunta qué quiere. Obregón le dice que una cerveza bien fría porque su hígado es una caldera en llamadas. Vilá dice que no hay nada. Que se vaya a joder a otra parte. A Obregón no le gustó, para nada, el desplante, se fue caminando hasta el cercano parqueadero del estadio Romelio Martínez, en donde por esos días funcionaba ocasionalmente un circo cuya principal atracción eran unos elefantes domados que bailaban y hacían morisquetas. De manera sigilosa, como un felino, Alejandro se coló por el frágil cercado en donde estaban los elegantes elefantes, cogió el más grande, se montó en él y se dirigió a La Cueva. A punta de rejo hizo que el animal brincara por encima de una pequeña verja para llegar a una terraza recién encementada, frente a la ventana de la habitación nupcial (todavía ahí se pueden ver las huellas de la osadía del famoso pintor). Obregón le indicó al educado elefante que golpeara la ventana con el moco. Lo hizo tan fuerte, que Vilá y su señora se pararon de la cama de un sobresalto y casi se mueren del susto al abrir la ventana y encontrarse cara a cara con semejante animal y encima el insólito jinete con los dientes pelaos. No tuvieron más que sacarle una canasta de cerveza fría. Obregón tomaba un trago de cerveza y le brindaba otro a su compinche, el elefante. Ambos terminaron borrachos en una comisaria.
Obregón tuvo que ver mucho en la creación de la Escuela de Bellas Artes de la Universidad del Atlántico. Por eso no le quedaba tiempo de pensar en los asuntos industriales y comerciales de su padre y los hermanos de éste, quienes fueron los fundadores en Colombia de la industria textil con su famosa fábrica Tejidos Obregón. Eran socios del emblemático Hotel El Prado de Barranquilla, junto con Karl Parrish y la familia De la Rosa. Parrish y los De la Rosa poco a poco fueron vendiendo sus acciones y, al final quedaron los Obregón solos con todo el capital accionarios del famoso hotel que aún hoy subsiste como un ícono de la ciudad.
Mas tarde los Obregón emparentaron con los Santo Domingo, así como éstos últimos igualmente emparentaron con una de las familias más distinguidas de Barranquilla, los Pumarejo. Por ello es que hoy en la rancia clase alta sociedad barranquillera hay numerosos nombres pomposos Obregón Santo Domingo, Santo Domingo Pumarejo, y ahora Santo Domingo Dávila.

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