martes, 19 de septiembre de 2017

Margaret Atwood / Penélope y las doce criadas / Reseña


Margaret Atwood

Penélope


FRANCISCO CALVO SERRALLER
19 AGO 2006


A partir de nueve versos del Canto XXII de la Odisea, en los que, de manera trágicamente sucinta, se narra cómo Telémaco ahorca a doce esclavas jóvenes por haber confraternizado con los enemigos de su padre, la escritora canadiense Margaret Atwood (Ottawa, 1939), en su libro Penélope y las doce criadas (Salamandra), no sólo resume todo el contenido del gran poema homérico, sino que además esboza una interpretación antropológica del mismo. Los versos en cuestión, los numerados entre el 465 y 473 del mencionado canto, son, en efecto, de una belleza aterradora. "Como cuando los tordos de gráciles alas o las palomas, buscando un descanso, se enredan en una red cubierta de hojas y en ella encuentran su trampa mortal, así sus cabezas fueron colgadas en fila para que tuvieran la muerte más lamentable. Agitaron sus pies en el aire un rato, pero no demasiado". Antes Homero nos ha explicado cómo estas esclavas debieron limpiar el salón del banquete de los despojos del centenar de pretendientes matados por Ulises, algunos de los cuales habían sido sus amantes, y cómo Telémaco, desoyendo la orden paterna de acuchillarlas por la espalda, enlazó la soga de un bajel de proa azulada con una columna y allí las colgó en fila hasta morir.
Bellos o tétricos, ¿por qué Atwood rescata esta pequeña matanza femenina, que parece una minúscula gota de agua tras la prolija descripción de la terrorífica escabechina perpetrada por Ulises contra el centenar largo de pretendientes de su esposa? Quizá porque ha comprendido que la Odisea no sólo es el relato de las aventuras protagonizadas por Ulises al tratar, tras la destrucción de Troya, regresar a Ítaca, su reino y su hogar, sino también las de Penélope para defender el puesto y el patrimonio del ausente. La Odisea es un poema que escenifica la tensión extrema entre dos amantes para que, contra toda expectativa, no se rompa el vínculo que les mantiene unidos. Pero al elegir Atwood el punto de vista narrativo de Penélope, que teje y desteje un sudario para entretener la espera de sus cada vez más impacientes cortejantes, puesto que ella estaba suficientemente entretenida con su propia esperanza, no lo hace por aupar lo feminista del papel de la mujer, sino para resaltar cómo entonces se produjo la subversión patriarcal del matriarcado, que fue llevada a cabo por el astuto Ulises, el gran desmitificador, pues no en balde todas sus hazañas no fueron sino una sucesión de burlas de lo sobrenatural.
Ni Ulises, ni Penélope son héroes que destaquen por su fuerza o su belleza, sino por su inteligente paciencia, que les lleva a sortear los imponderables del destino, que deja de serlo desde que es previsto y asumido. Intercambian sus papeles porque previamente se han liberado del peso de su identidad. Hay ciertamente mucha sangre a su alrededor, pero no la suficiente para anegar su mutuo pacto. Es el pacto del reino de la libertad, donde ya nadie es nadie: sólo la invención de sí mismo. Etimológicamente, el término "invención" significa "encuentro".
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 19 de agosto de 2006

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