miércoles, 6 de septiembre de 2017

Emmanuel Carrère / Qué miedo



Qué miedo

Stalin valoraría mucho a Putin, este Beria que ha conseguido un trono a perpetuidad



CARLOS BOYERO
22 JUL 2013 - 13:04 COT


Emmanuel Carrère, ese escritor tan insólito como poderoso, cierra su extraordinario libro Limonov, armoniosa mezcla de biografía, novela y reportaje, situando al ya anciano, turbio, pintoresco y apasionante protagonista en Moscú, después de haber pasado varios años enchironado en una especie de actualizado Gulag, rodeado de una juvenil guardia pretoriana entre punk y ultranacionalista, dando la bronca incesantemente en las calles a Putin, al poder absolutista y corrupto. No hay noticias de que se hayan cargado a esa mosca cojonera. Putin debe de considerar que ese aleteo protestón ni siquiera merece el liviano esfuerzo de aplastarlo con un manotazo.

Vladímir Putin

Él se debe a empresas más serias. Como exterminar a todos esos nobles a los que el zar concedió honores y riquezas y que se le sublevaron en nombre de la codicia o con el inútil sueño de ocupar su puesto. A los desagradecidos que se rebelan en esa casta de gente que se hizo multimillonaria por obra y gracia del Espíritu Santo, Putin en el mejor de los casos los arruina, entrulla o exilia, y en el peor acaban ahorcados en su casa. Y a los que no tienen riqueza que perder, como el espía caído en desgracia Litvinenko o la deslenguada periodista Anna Politkovskaya les puede ocurrir que le envenenen sofisticadamente con polonio o la frían a balazos en el portal de su casa. Y, por supuesto, las matanzas de bárbaros chechenos o sacrificar en un teatro o en escuela a cientos de rehenes son cositas tan lógicas que no merecen ofrecer justificación pública por parte del Gran Poder.
Sabíamos por las inmortales novelas de Le Carré sobre la Guerra Fría de la implacabilidad y el pragmatismo del jefe del KGB. Putin lo fue. Pero no puedo imaginarme al mitico Karla con los rasgos del actual dueño de Rusia. Karla y Smiley eran dos prodigiosos jugadores de ajedrez que batallaban, solo vulnerables en lo que concernía a sus entrañas. Smiley quedará nublado y roto por la traición de su adúltera esposa, planificada por Karla, y Smiley destruirá definitivamente a este cuando le chantajea y acorrala a través de su hija, de su único punto débil. Admiras la penetrante inteligencia de estos hombres. Putin solo da miedo. Stalin valoraría mucho a este Beria que consiguió a perpetuidad el trono.
EL PAÍS






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