lunes, 5 de junio de 2017

Egon Schiele / Desolación en el Guggenheim de Bilbao

Retrato de la cuñada del artista, Adele Harms, 1917
Egon Schiele
Egon Schiele

Desolación Schiele en Bilbao

El Guggenheim exhibe los sobrecogedores dibujos del expresionista austriaco

El centenar de obras procede de la colección del Albertina de Viena


Egon Schiele
Modelo desnuda rubia sentada sobre un paño marrón, 1912

La mano arqueada sobre la cadera, todo el peso del cuerpo sobre una pierna, la mejilla procazmente apoyada sobre un hombro y todos los argumentos explícitos del desnudo integral resumidos en un cuerpo andrógino, imperfecto, irresistible, reflejado en un juego invisible de espejos. Y al fondo el artista, tomando apuntes del natural, con el rostro hecho un naufragio. Y, si siguiésemos explorando, toda la desolación del mundo, también toda la rebelión frente a toda idealización de la belleza, también la irremediable evidencia, ayer como hoy, de estar ante la desintegración de un mundo sin un futuro claro. Es la vida en la Viena de principios del siglo XX, o es la vida según algunos, por ejemplo según Egon Schiele (Tulln, 1890-Viena, 1918), apóstata de la idea preconcebida y del prejuicio expresivo.

Desnudo femenino yacente con las piernas abiertas, 1914
Egon Schiele

Podían elegirse otros muchos, pero este fascinante dibujo a lápiz sobre papel de embalaje, Schiele con modelo desnuda ante el espejo(1910), resume de un plumazo los cómos y los porqués de la obra del gran expresionista vienés, cuya obra gráfica sobre papel (dibujos, acuarelas, gouaches, tintas, carbones, tizas…) se despliega desde hoy y hasta el 6 de enero en las salas del Guggenheim Bilbao: un centenar de obras procedentes de los ingentes fondos del Museo Albertina de Viena, que posee el mayor fondo mundial de obra gráfica del artista y es, junto con el Museo Leopold de la capital austriaca, el mayor baúl del tesoro para sus seguidores. La muestra supone uno de los platos fuertes en la celebración (en concreto el próximo día 19) de los 15 años de vida del museo.
Museo Guggenheim de Bilbao

Nada es lo que parece en los laberintos de Schiele, un creador de quien los historiadores y los críticos del arte siguen haciéndose preguntas. Preguntas tales como qué hubiera pasado si la gripe española no se lo hubiera llevado del mundo con 28 años (tres días de hacer lo propio con su esposa, Edith, embarazada de seis meses), cuando empezaba a disfrutar de un auténtico estatus de estrella en los medios artísticos de Viena.
La masiva presencia en el Guggenheim de los fondos del Albertina, comisariada por el propio director del museo vienés, Klaus Albrecht Schröder, retrata a fondo la evolución sin desmayo de la obra del artista desde lo conceptual, lo formal y lo temático. Un artista lleno de desazón y de inconformismo que aprendió a romper las reglas del color y del trazo tras contemplar la obra de Van Gogh y de Munch.
Discípulo de Gustav Klimt, su auténtico maestro y mentor, y coincidente en ciertos ámbitos con la personalidad y la obra del gran expresionista vienés en el arranque del siglo, Oskar Kokoschka, el legado artístico de Schiele queda resumido en este conjunto de obras ejecutadas sobre un papel de no muy buena calidad apoyado en madera rugosa.
Redención, 1913
Egon Schiele

El viaje es agotador: la formación academicista de la que pronto huiría como del demonio, el idilio inicial con el Modernismo vienés y el movimiento de Secesión capitaneado por Klimt, la nueva ruptura y la incursión salvaje en los territorios del expresionismo: contar, por encima de las apariencias, lo que el 'yo' expresa o puede que quiera expresar… Y también las no siempre confesadas vocaciones del artista: el arte como un juego de papeles donde él mismo (era un maniático del autorretrato, narcisista como pocos sostenía que su mejor modelo era él) se representaba con mil caretas, su gusto por el espiritismo y por las fotografías de fantasmas y las imágenes de enfermos esquizofrénicos, su pasión por la teosofía y el aura de las personas y, por supuesto, lo que siempre consideró como una misión innegociable: bucear —a buen seguro siguiendo las enseñanzas de su compatriota Sigmund Freud— en los insondables barrancos de la pulsión sexual.
Eso incluía dibujar y pintar el sexo de forma explícita, y eso incluía dibujar y pintar el sexo de los niños de forma igualmente explícita. “Es increíble, habéis olvidado cómo nos fascinaba el sexo cuando éramos críos”, contestó a quienes arremetieron contra él por pintar niños desnudos en su estudio de la pequeña localidad de Krumau, a donde había escapado huyendo de la asfixiante y biempensante sociedad vienesa de la época.
Autorretrato con chaleco amarillo, 1914
Egon Schiele

La exposición muestra algunos de los dibujos y acuarelas incluidas en la estremecedora Serie de la cárcel, realizada por Schiele durante sus tres semanas de encierro tras ser condenado por “resguardo insuficiente de dibujos eróticos”. La cárcel fue un trauma para Egon Schiele, un tipo que, al contrario de lo que contaba en sus autorretratos, era alguien vitalista, divertido, vividor y lleno de humor. Aunque fue un mal menor: la acusación inicial, finalmente desestimada, había sido de “secuestro y abuso de menores” porque un oficial de la marina austriaca le había denunciado por llevarse a Viena —en compañía de su esposa Edith— a su hija de 13 años, una de las niñas que le servían de modelos.
Egon Schiele en el Guggenheim: cuerpos maltrechos como metáforas de la maltrecha condición humana, embarazadas de rictus desolador, anoréxicas de mirada perdida, mujeres histéricas, sexos abiertos al espectador como trasuntos expresionistas de El origen del mundo de Courbet, cuerpos descoyuntados, gestos dislocados y, en definitiva, la conclusión salvaje, irremediable, de su arte: el vacío. Estamos solos. Nos hemos distanciado tanto de nosotros mismos que somos muñecos rotos. Todo está perdido, o al menos empieza a parecerlo. ¿Les suena?

EL PAÍS

No hay comentarios:

Publicar un comentario