lunes, 24 de abril de 2017

William Faulkner / Leyendas del Misisipi

William Faulkner

William Faulkner

Leyendas del Misisipí


JORGE EDWARDS
13 SEP 1982


Estábamos en el pueblo de Oxford, Misisipí, en el sur de Estados Unidos, reunidos en una conferencia internacional sobre Yoknapatawpha y William Faulkner, conmemorativa de los veinte años de la muerte del novelista. Yoknapatawpha sólo existió en la imaginación de William Faulkner y constituye el espacio ficticio de casi todos sus cuentos y novelas. Todas las regiones imaginarias de la narrativa moderna -la Santa María, de Juan Carlos Onetti, y el Macondo, de García Márquez- provienen de esta idea faulkneriana, concebida un poco antes de 1930, en ese pueblo de Oxford, de inventar, además de un conjunto de personajes, toda una geografía novelesca. En la literatura, la capital del condado se transformó en Jefferson, pero Jefferson, el pueblo de Mientras yo agonizo, de Luz de agosto, de Sartoris, se parece notablemente a Oxford. Tiene la misma corte de justicia en el centro de la plaza, el mismo banco en la esquina, fundado en la realidad por un coronel que fue abuelo del escritor, y un esbelto monumento al soldado de la Confederación, el bando sureño derrotado en la guerra civil de 1861. Los lugareños pronuncian "Yoknapatofa", y éste era el nombre indígena de uno de los ríos vecinos, afluente del Misisipí.
La presencia próxima del Misisipí es lo que domina el lugar. Misisipí: río grande, padre de las aguas. El primer europeo que lo, vio, y que se sintió deslumbrado por su caudal poderoso, fue el español Hernando de Soto. Iba en busca de oro y sólo encontró aguas ancestrales, plantaciones de maíz, tribus indígenas y ratas que amenazaban aquellas plantaciones. Su trato a los indios, según las crónicas, no fue precisamente benévolo. Dejó tras de sí una leyenda de sangre y se retiró con las manos vacías. El oro lo descubrirían los plantadores norteamericanos de la década de 1830, en forma de copos de algodón. La riqueza algodonera produjo mansiones neogriegas, parques, muebles franceses, vajillas de plata maciza, a poca distancia de los barracones de los esclavos negros, y,desembocó en los cuatro años cruentos, implacables, de la llamada Guerra de Secesión.
Faulkner nunca fue un escritor demasiado popular. No sé si los lectores de ahora saben o recuerdan algo de su literatura. Es una obra novelesca que oscila entre el mundo de las mansiones señoriales y las tradiciones heroicas, la dignidad contrariada en la guerra, pero nunca vencida, y el de las cabañas negras, las canciones religiosas, la intolerancia racial, el río y los animales míticos que lo rodean: serpientes de cascabel y osos. Lo extraño del caso de Faulkner es que su estimación crítica, pese a la relativa indiferencia del gran público, sube cada día. Su obra no llega a la masa, pero tiene una sólida y crecieñte minoría de lectores fanáticos. Los académicos, escritores y simples aficionados reunidos en Oxford, provenientes de los cuatro puntos cardinales, de Tokio, de Australia, de París, de Roma, de la Unión Soviética, de Santiago de Chile, coincidían en un punto esencial. Faulkner, a la distancia, sólo es comparable a creadores de la categoría de Franz Kafka o de Thomas Mann. Es el único de los contemporáneos que inventó un sistema novelesco completo, a la manera de la Comedia humana, de Honorato de Balzac. No se trata solamente de haber inventado un Yoknapatawpha o un Macondo. Inventó historias fimiliares completas, enemistados, rivalidades, crímenes, amores turbulentos, complejos de situaciones entrelazadas, que se desarrollan y se enriquecen entre un libro y otro. Es posible leer cada título en forma independiente, pero la lectura del conjunto proporciona descubrimientos, revelaciones, hallazgos extraordinarios de la imaginación. Por lo visto, esto funciona en las más diferentes latitudes. El especialista y traductor Kenzahuro Ohashi, profesor en Yokohama, contó que los viejos novelistas japoneses de hoy, escritores de la categoría de Yunichiro Tanizaki o de Yasunari Kawabata, empezaron a estudiar a Faulkner en 1931, en las traducciones de revistas francesas que llegaban en ferrocarril a través de Siberia. ¿Qué leen de Faulkner los japoneses? ¿Qué empieza a leer hoy día la juventud soviética, deslpués de largos años de prohibición oficial? Se diría que Faulkner, sin su uso peculiarísimo del lenguaje, desaparece. El traductor japonés confesó que ellos comienzan por desarmar cada novela y rearmarla en otro orden.
Los académicos del Instituto Gorki, de Moscú, no confesaron nada, cosa que resultaba todavía más sospechosa. Sin embargo, la proyección internacional de Faulkner aumenta cada vez con más fuerza. ¿Existe algo en la ficción narrativa que vaya más allá de las palabras? ¿,Se puede, en rigor, traducir?
William Faulkner estuvo en su juventud en Nueva Orleans, puerto fluvial y, marítimo del Mississippi, situado directamente al sur de Oxford. Ahí conoció a uno de los maestros literarios de esos años, SI.ierwood Anderson. Sherwood knderson escribía toda la mañana y se dedicabx en las tardes a recorrer la región y a beber whisiky. Una tarde, Faulkner se atrevió a decir que había escrito una novela y amenazó con leerla. Reacción inmediata de Sherwood Andderson: "Me comprometo a recomendar tu novela a mis editores, pero con una sola condición".
"¿Cuál?", pregunto Faulkner, inquieto.
"No tener que leerla nunca en mi vida", respondió Anderson.
Sherwood Anderson acertó medio a medio. La novela primeriza era mala, pero el joven escritor tenía condiciones excepcionales. Andersori no necesitaba leer una sola línea para darse cuenta. Fue la primera de las lecciones del maes-tro, La segunda sólo consistió en un consejo: apegarse a la aldea, escríbir sobre Oxford y sias alrededores. Era la versión norteamericana del consejo de Turgueniev: "Pinta tu alda y serás universal". Faulkner lo siguiió toda la vida, con una salvedad importante: en lugar del condado real de Lafayette, inventó Yoknapatawpha, y en lugar del pueblo de Oxford, puso el de Jefferson. Mantuvo, en cambio, el gran río, con su leyenda y misterio. El río de los blues, del jazz, de los gospel songs, de las cacerías de osos y de patos salvajes, de las inundaciones temibles, de los barcos blancos a rueda y de las barcazas cargadas de algodón y manejadas por negros de espaldas sudorosas.
Dicen que Faulkner se sentaba en un lugar preciso del hotel Peabody, en Memphis, paladeaba un poco de bourbon Jack Daniels, en la variedad conocida como sour mash, y decía, pensativo, con la imaginación ocupada por sus personajes y sus paisajes: "Aquí, en este punto exacto, comienza el Delta". El delta del río Mississippi, el espacio clave de su creación. Los trabajos de la conferencia de Oxford demostraron que Faulkner había seguido la sugerencia de Sherwood Anderson, pero no al pie de la letra. Describió su región, pero no permaneció clavado en ella. Salió con frecuencia a respirar el aire del mundo, sobre todo en tres lugares: París, Nueva York y Hollywood.
Su pasión era París y su tortura era Hollywood, donde tenía que estrujarse el cerebro para producir guiones de cine de calidad mediocre. De todos modos, París, Nueva York, Hollywood le proporcionaban el indispensable contacto con la cultura contemporánea. En la reunión de Oxford había incluso un profesor dedicado exclusivamente a estudiar los mediocres guiones de cine de William Faulkner, que fueron dirigidos alguna vez por Howard Hawks e interpretados por actores de la categoría de Joan Crawford o Humphrey Bogart.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 13 de septiembre de 1982


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