jueves, 25 de agosto de 2016

Etiopía / La sequía silenciosa



Etiopía: la sequía silenciosa

Etiopía sufre su peor sequía en 50 años debido al fenómeno El Niño. A través de la ONG Ayuda en Acción descubrimos los rostros que sufren la falta de lluvia


EVA MATEO (AYUDA EN ACCIÓN)
5 AGO 2016 - 07:23 COT

Viajé a Etiopía por primera vez hace unos meses para tratar de conocer de cerca y explicar mejor un drama que parecía inexistente: día tras día rastreaba su pista en los telediarios para comprobar que el binomio “sequía” y “África” no era noticia. “¿Emergencia en Etiopía? Vaya, no había oído nada de eso”, no dejaba de oír con impotencia las semanas previas al viaje mientras me afanaba en recopilar esos datos oficiales para intentar demostrar realidades lejanas a los que nos agarramos quienes nos dedicamos a la comunicación: “ocho de cada 10 etíopes viven de la agricultura. En el último año han sufrido la pérdida de hasta el 90% de las cosechas debido a la peor sequía de los últimos 50 años. 7,5 millones de agricultores necesitan ayuda de forma urgente”. El mazazo de realidad fue llegar a las tierras resquebrajadas y pedregosas de Wukro que se extienden hasta donde el sol abrasador diluye la línea de horizonte. Allí, agricultores como Abbadi tiran de bueyes para arar la media hectárea de la que depende toda su familia mientras preguntan “me daréis semillas, ¿verdad?”.
Prueba de ese ese carácter luchador que caracteriza al único pueblo del continente africano que nunca fue colonizado es Emba Haliwo, para mí un ejemplo de resiliencia y de aprendizaje. La ladera de la montaña está formada por terrazas para facilitar la infiltración del agua, evitar que esta se quede en la capa superficial y poder aprovecharla para cultivos. “Tanto en casos de sequía como en inundaciones, la estrategia es la misma: retener el agua y que esta se infiltre”, me explicó Leonardo Viaggi, consultor experto en emergencias. No pude evitar entonces asomarme a uno de los pozos: en el fondo, no se veía ni mi reflejo ni el del cielo, apenas un pequeño charco de agua verde. En el camino de vuelta estuve callada, como quien acompaña a los que han perdido una batalla.
Los agricultores han perdido hasta un 90% de las cosechas debido a la sequía. 

En Ayuda en Acción llevamos trabajando desde 2002 en Etiopía y asegurar el agua ha estado siempre entre las prioridades. Desde que nos llegaron las primeras voces de alarma de esta crisis, pusimos en marcha un operativo de urgencia con nuestro socio local Action Aid y hasta la fecha hemos conseguido llevar agua a más de 70.000 personas en tres de las regiones prioritarias de la emergencia: Oromía, Amhara y Tigray. La distribución de semillas —otra de las principales carencias a día de hoy— ha llegado ya a 2.000 familias. Me emociona pensar los puentes que hemos tendido entre España y Etiopía, a más de 5.000 kilómetros de distancia, no solo entre nuestros socios y socias (que siempre se han volcado con las crisis humanitarias), sino entre personas anónimas que no colaboraban anteriormente con nosotros pero se han comprometido con este drama. Seguimos trabajando por Etiopía, por personas como Abbadi, Yeshin, Sisay o Tsega. No podemos dejarles caer.
Los bidones amarillos de agua se han convertido para mí en el símbolo de la sequía en Etiopía. Durante las dos semanas que pasé recorriendo el norte del país, no dejé de ver a mujeres y niñas —las principales responsables de que haya agua en los hogares— cargando a sus espaldas con los pesados jerikans. O haciendo largas colas en los puntos de distribución de Ayuda en Acción como este de Mekane Birham, donde mujeres como Yeshin Fante, madre de cinco hijos, me confesaron mientras esperaban su turno: “tengo miedo de que la lluvia no vuelva”. En ocasiones, aparecían en medio de los paisajes más insospechados, en no man´s land que, imaginaba, distaban kilómetros de sus casas. En cierto modo, esa visión generaba un cierto sentimiento de culpa de que tu camino al agua fuera de tan solo un segundo: el que tardas en hacer el gesto de abrir un grifo.





“El problema del agua es un problema de mujeres”

“El problema del agua es un problema de mujeres”, aseguraba Wubalech Admasu, la responsable del Comité del agua de Janamora. En su área, cada una de las 14 fuentes abastece a 250 hogares, con una media de seis personas por familia. La capacidad de abastecimiento se ha visto mermada, por lo que han tenido que recurrir a construir nuevos pozos. Sin embargo, solo uno de cada tres perforaciones es exitosa y encontrar recursos para llevarlas a cabo no es tarea fácil. Como no lo es que las mujeres tomen la palabra. Encontré muchas dificultades en Etiopía para hablar con las mujeres. En presencia de hombres, son ellos los que lideran las conversaciones… y les encanta que les escuchen y hablar largo y tendido. Ellas, sin embargo, se hacen pequeñas, relegadas a un segundo plano por el patriarcado dominante en el país. Por eso, en nuestra organización hemos puesto a las mujeres al frente de la gestión del agua en los comités y también en el día a día en los puntos de distribución. Para que ellas tengan la llave que da acceso al agua en Etiopía.
En un país donde los adultos lidian por sobrevivir desde que sale el sol y los niños pierden la infancia demasiado pronto y asumen responsabilidades como traer el agua, trabajar la tierra o cuidar de los hermanos menores, el juego no tiene lugar. Action Aid, la contraparte etíope de Ayuda en Acción, organizó durante mi viaje un taller de comunicación en Mekane Birham en el que uno de los ejercicios consistía en repartir un alfiler y un globo a cada participante sin darles pautas. En lugar de tratar de explotar los globos de los demás, todos se dedicaron a lanzárselos entre ellos para que no tocaran el suelo. Sus caras eran el vivo retrato de la felicidad. Por espacio de unos minutos, la falta de agua o las cosechas perdidas se habían quedado aparcadas fuera.

Con la experiencia acumulada de graves sequías anteriores —como la de los años 80, en la que murió un millón de personas y que convirtió a Etiopía en epicentro del hambre en el mundo—, el Gobierno ha respondido a la emergencia en coordinación con la ONU y las ONG. Aunque la emergencia no ha llegado a declararse, las autoridades hicieron un llamamiento a la comunidad internacional de 1.500 millones de dólares, de los cuales se ha cubierto solo la mitad. Nos entrevistamos con Wube Zewdu, el Vice-administrador del kebele (localidad) de Mekane Birham para que nos explicara cuál era la situación allí: “Además de excavar pozos y del reparto de agua en camiones con Ayuda en Acción, estamos distribuyendo alimentos para 72.000 personas. Ahora necesitamos desesperadamente dar de comer a los animales para que no se pierda su principal medio de vida”.




En un país donde los adultos lidian por sobrevivir desde que sale el sol y los niños pierden la infancia demasiado pronto , el juego no tiene lugar

Los estilizados rasgos nubios de los y las etíopes y sus miradas profundas que parecen haber mirado a la muerte de frente atrajeron mi atención desde el primer instante. También la veneración que profesan por sus mayores. Al llegar a Awchara, donde se encuentra uno de los puntos de distribución de Ayuda en Acción, se hizo el silencio para escuchar a Sisay Demanu, el hombre más mayor de su comunidad (69 años, la esperanza de vida media en Etiopía): “Es la peor sequía que recuerdo desde 1984. Para las siguientes generaciones desearía que no tuvieran que pasar por lo que nosotros estamos sufriendo”. Ese deseo y esas plegarias se alzan al cielo. “Rezamos cada día para que llegue la lluvia”, aseguraba el sacerdote ortodoxo Merigeta Hailemariam Gessesew antes de entonar un salmo a la entrada de una escuela rural de Killte Awaelo, donde el absentismo escolar ha empezado a hacer acto de aparición porque, sin alimentos, los niños no tienen fuerzas para seguir las clases.
El camión de Ayuda en Acción que abastece el depósito de Awchara realiza todos los días el camino hacia un río cercano, del que extrae el agua y que a simple vista parece seco. Su capacidad es de 10.000 litros y de él se abastecen 220 personas. Está situado al lado de la escuela rural -de adobe y paja y con apenas una pizarra como único mobiliario-, una buena oportunidad para distribuir el agua después de las clases. Ese día al camión le faltó combustible para llegar y el reparto se retrasó un poco. En el destino, decenas de personas esperaban el preciado recurso del que dependen tantas familias.

En Etiopía solo dos de cada 10 hogares rurales disponen de agua corriente y casi la mitad depende de fuentes y pozos públicos para abastecerse. El dato estremece pero no es nada comparado con asistir a ese reparto. Ver cómo cada día decenas de personas llegan desde todos los puntos de aldeas cercanas como en una suerte de peregrinaje hasta el punto de distribución como este de Ayuda en Acción en Kittle Awaelo, cómo unos vecinos se avisan a otros, cómo la mujer responsable de la gestión lleva el recuento para que el reparto sea equitativo y, al acabar, arranca la caravana andante bajo un sol de justicia para llevar de vuelta el agua a los hogares. Y así, día tras día.




En Etiopía solo dos de cada 10 hogares rurales disponen de agua corriente y casi la mitad depende de fuentes y pozos públicos para abastecerse

Recopilando información sobre el problema del agua, leí que en todo el mundo, las mujeres invierten 200 millones de horas al día en recoger agua, hasta un tercio de su jornada de trabajo. ¿Imagináis que la mayor parte de la vida de una mujer consistiera en buscar y traer un bien de primera necesidad? En Etiopía no es extraño verlas caminar durante horas en medio de paisajes inhabitados cargadas con los 'jerikans' y sus hijos pequeños. Esta tarea, que comienza a muy temprana edad, les provoca en ocasiones desplazamiento del útero y problemas para tener hijos. Además, les impide que puedan completar su educación. En Etiopía, la mitad de las mujeres rurales carece de estudios. Esa falta de oportunidades hace que su mundo sea muy pequeño. La distancia que las separa del agua… y que las lleva de vuelta a sus hogares.
Hoy, 2,5 millones de menores y mujeres en Etiopía sufren desnutrición moderada —a los que hay que sumar 450.000 niños con desnutrición severa—, y que se ha visto agravado por la extrema sequía. En el espacio de apenas unos pocos metros cuadrados, en la unidad de nutrición en el centro de salud de Kittle Awaelo, una veintena de madres se agolpan con sus hijos. Aparentemente, tienen buena salud, pero las mediciones de peso, altura y contorno del brazo revelan falta de crecimiento en todos ellos. Mientras la enfermera Freweini me enseña sus historiales médicos, no dejo de pensar que, en el fondo, en todas partes del mundo todos queremos las mismas cosas básicas: un techo sobre nuestras cabezas, un trabajo que nos dé de comer, salud para nuestros hijos.


“Solo deseo en la vida salud para mis hijos”, dice Tsega (a la izquierda), de 28 años y mirada profunda y azabache, mientras recibe de manos de una enfermera una bolsa con suplementos nutricionales para sus hijos, que acaban de pasar el control semanal. Melat (4 años y medio) pesa 12,5 kilos y Milkina (1 año y medio) 8,5 kilos. Ambos, cuentan con un peso un 30% inferior al que les correspondería para su edad, lo que a buen seguro les acarreará problemas de desarrollo en el futuro y una herencia desfavorable para las siguientes generaciones. Es el círculo vicioso del hambre. En la foto de la derecha una madre y su hijo descansan en el área de neumonía del hospital de Wukro, donde una atmósfera enrarecida nos hace salir fuera al poco rato.

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