miércoles, 10 de febrero de 2016

Elena Poniatowska / Confesiones de vida

Elena Poniatowska
Fotografía de Gilda Roel

Elena Poniatowska

Confesiones de vida


Miguel Ángel Quemain 
Revista Variopinto
Edición No.18 Diciembre 2013





El mes pasado Elena Poniatowska ganó el Premio Cervantes 2013 que entrega el Ministerio de Cultura de España. El reconocimiento la sorprendió, dice, como a todos los que conocen su incansable labor plasmada en decenas de libros, crónicas, entrevistas, conferencias. A sus 81 años Elena es la historia viva del periodismo y la literatura. Variopinto rescata, en exclusiva, una larga conversación que la galardonada tuvo con nuestro colaborador hace ya algunos meses.
Todo mundo la reconoce. Manejo, y a mis flancos algunos se sorprenden, la señalan. La mayoría de las veces Elena no se percata. A veces achina sus ojos para ver de lejos, le importan poco las ventanillas laterales. Ni a la izquierda ni a la derecha. Mira de frente y su visión es casi de 180 grados: lo que deja ver el parabrisas y las ventanillas de frente. Comenta la ciudad y trata de controlar la ruta del conductor. Es una ciudad sembrada de recuerdos.
Minutos antes la recogí en su casa de Chimalistac para llevarla a la conferencia magistral que dará con motivo del Aniversario 64 de la Escuela de Periodismo Carlos Septién García, dedicada al periodismo cultural, ejercicio al que los empeños de José Luis Vázquez Baeza dedicarán una maestría que iniciará el próximo año. Elena hablará de las mujeres en la historia del periodismo. Compartirá la mesa con Dolores Castro.
Poniatowska surge del periodismo y en él se consagra. Es una de las pioneras en el reporteo. La recolección de la información y el descubrimiento de la noticia fueron los signos de identidad de una periodista que también destacó en la crónica y la entrevista. Este 2013 han aparecido varios libros a propósito de sus 60 años de trabajo y hace unas semanas se le concedió el Premio Cervantes, una de las consagraciones literarias en nuestra lengua.
Beatriz Zalce prácticamente le da la espalda al parabrisas y dialoga también con su amada “Tante”. En Beatriz hay devoción, respeto y admiración que Elena le devuelve cuando habla de una familia muy extensa que yo no alcanzo a ubicar en la genealogía más evidente y conocida y que presidía Paula, su madre, con quien me tocó compartir en muchas ocasiones en la cobertura informativa diaria y que sin que desapareciera cierto aire de extrañeza, compartía con toda clase de periodistas como su hija.
 El corazón, su malestar
 –No me di cuenta, no me quise dar cuenta de que había tenido una serie de microinfartos que me habían hecho sentir muy cansada, muy fatigada. Me dijo el doctor que iba a terminar o chueca o petateada. Prefiero petateada que chueca. Pero me he cuidado, he bajado de peso, ya casi no me queda esta falda, aunque sigo estando muy panzona.
–Te ves muy bien, Tante Hélene –dice Beatriz Zalce.
–Sí. Elegante y guapa –completo.
–No les creo nada.
–Llegó a los ochenta y ahora se dirige derechito a los noventa (ríe).
“¡Qué optimista! Tengo muchos achaques. Sin embargo, hay muchas cosas que me mantienen activa y trato de cuidarme. Desde hace una década empezaron a irse amigos muy queridos. Mariana (Yampolski) fue una de ellas. Su muerte fue el ensayo de la mía y también para mis hijos. A cierta edad podemos ver con más claridad el espejo que representan los otros para nuestra propia vida, para nuestra propia muerte. Cuando era mucho más joven empezaron las pérdidas, mi hermana por ejemplo que murió en 1961. La muerte del hijo de mi hijo Felipe, su nieto. La muerte de mi madre; la de Monsiváis”.
Lo que se publica en los periódicos se dispersa. Beatriz Zalce le recuerda las carpetas que “la tía Paulette” le hacía a su hija con los artículos publicados, pero Elena rectifica y dice que estaban muy incompletas. No se trataba de un seguimiento profesional, sino sentimental, amoroso, de lo que publicaba.
 “Me duele México”
 Traigo la ventana del auto abierta y estoy a dos autos de la línea de peatones. Nos detiene la luz roja que le da oportunidad a un joven totalmente envuelto en la miseria que produce la ecuación adicción y pobreza. Viene malherido. Parece que se ha tropezado varias veces y tiene sangre en la frente, en los labios y en la mano que se extiende en mi ventana. Confieso que me sobresalta. Pero la agitación es mayor en el asiento de atrás. Elena está muy alterada, está a punto de bajarse del auto. Pide kleenex, pide agua, pide y busca monedas en su bolsa para el pordiosero. Todos buscamos y sacamos. El oasis Poniatowska se diluye con la luz verde. Los claxonazos inclementes. ¡Avancen!
Está visiblemente enojada, triste, impotente. Guardamos silencio. Lo único que se me ocurre es hablar de su generosidad. “Me duele Francia”, decía Michelet. Una forma de nacionalismo fuera de los fanatismos. “A mí me duele México, ese México del que no quieren darse cuenta los gobernantes, los empresarios y cuya pobreza es imposible abatir”, comenta Elena.
Y prosigue: “Me duele en el corazón, pero también me duele como ciudadana. Tenemos que aprender a desprendernos de aquello que nos gusta y compartirlo. Creo que esa es la verdadera preocupación. No sólo las buenas intenciones. Hay mucha gente con buenas intenciones que no se desprende ni se preocupa por los demás”.
–¿Pero no hay gente que abusa de la ayuda?
–No. Tal vez algunos no hacen lo que nosotros esperamos, pero es que su sufrimiento y su miseria no los dejan. Hay un hombre en mi calle al que ayudo a veces porque lo roban, se le pierden cosas y le doy una ayuda pero nunca usa el dinero para lo que me dice que lo necesita. Así es. No hay que dejar de confiar en la gente, la gente no te defrauda.
“Hay momentos en que hay que poner un alto. Conmigo trabajó una persona que quise mucho pero la adicción pudo más y se tuvo que ir. La droga tiene patrones que mucha gente sigue: roba, miente, manipula.
“Me dices bondadosa y me acuerdo de Buñuel. Recuerdo mucho un día que fuimos a una visita en la cárcel y un preso le pidió un cigarro y terminó repartiendo gustoso su cajetilla. Podrás decir que los cigarros hacen daño y todo eso que vemos hoy, pero para un fumador de su talla dar esos cigarros fue dar algo que él necesitaba y cuidaba mucho. Tener capacidad de desprenderse es lo que necesitamos”.
 La generosidad de los extraños
 –Monsiváis tuvo ese problema con algunos asistentes.
–Sí, se quejó de varios que le hicieron la vida imposible, mentirosos y mentirosas. Ladrones que se llevaban sus cosas, sus libros, sus objetos. Hubo una muy guapa, Dolores Cordero, que dijo cosas muy feas de él. Creo que al final la vida lo recompensó el encuentro con Jenaro Villamil de quien nunca tuvo queja. Con él estaba en igualdad de circunstancias, le dio mucha cancha. No era su achichincle. Y a ti, ¿cómo te trató?
–Como colaborador del suplemento, era exigente (le explico). Me sorprendió mucho un llamado de atención cuando le entregué una reseña sobre Los presidentes de Julio Scherer García, donde sus quejas de los poderosos eran resultado de su cercanía con ellos y el profundo desprecio que al final sentían por los periodistas. Me pidió que quitara eso que sólo le daba armas a sus enemigos.
–Yo también le decía eso –dice Elena–, pero él lo cubría mucho. Todos queremos muchísimo a Julio, pero yo pensaba, cómo es posible que ataque así a los presidentes a partir de un conocimiento tan íntimo. Parecía que estaba todo el día con ellos. Entonces, ¿quiere decir que es un Judas? Y se enojaba mucho de mi broma y refunfuñaba. Y bueno, si lo recibían esos hombres es porque Scherer también era poderoso. No era el portero de la esquina.
–¿Fabrizio Mejía Madrid trabajó con él?, pregunta Beatriz Zalce.
–No lo sé. Es buen cronista, como Jaime Avilés, que estuvo en La Jornada; también Yuri Herrera; María Luisa Puga me pareció una gran escritora que perdimos; Rosa Beltrán me parece una estupenda escritora; Mónica Lavín está enloquecida por tener éxito. Pero en el terreno de la crónica, nada comparable con José Joaquín Blanco, quien tiene piezas como el mejor Monsiváis. Creo que José Joaquín Blanco es un escritor múltiple, tal vez el mejor cronista mexicano vivo y un extraordinario crítico literario. Monsiváis lo enamoró y luego se enojó con él. Era cabrón.
 Monsiváis en los ojos de Elena
 Monsiváis se compadecía mucho de los animalitos y de las personas por igual. Dedicó mucho de su dinero a eso. Era un sentimiento auténtico de protección a los más débiles; y eso está en toda su obra periodística y política.
–¿Lo perdimos?
–Sí, perdimos una parte de él muy necesaria y que es muy difícil encontrar porque no sabemos muy bien en qué consiste. Cuando nosotros decimos “eso hubiera dicho Monsiváis de tal o cual otra cosa”, lo que decimos en realidad es que Monsiváis nos enseñó a pensar de una manera sobre tal o cual otra cosa. Aprendimos a pensar guiados por una manera de ver muy inteligente y aguda.
“Terminamos por decir cosas que sin él no se nos hubieran ocurrido. Lo que no sabemos es qué pensaría él de cosas que no se nos ocurren pensar, como no se nos ocurrieron cosas que hoy pensamos gracias a que él las señaló, a que él las dijo. En eso consiste la pérdida de una persona con su capacidad de iluminar. O sea, que hay cosas que iluminamos con su luz pero no sabemos cuántas quedan oscuras porque su luz se apagó”.
–Era un visionario. Alguna vez le reproché que la publicación de su obra en España fue evidenciada como un favor, como una concesión en Anagrama. Tuvo que concursar para ser editado. Al menos eso cuenta Jorge Herralde en sus memorias. 
–Tal vez le faltaba confianza sobre la posible recepción de su trabajo en el extranjero. Octavio Paz alguna vez dijo de él que era un escritor muy local y a él le dolió mucho eso.
–Y qué hiciste para que te quisiera tanto, que te defendiera y elogiara tanto…
–Pues él era así, generoso… tal vez su afán protector…
 Elena en los ojos de Monsiváis
 Una vez, a fines de los ochenta y luego a principios de los noventa, le hice a Monsiváis la misma pregunta: “Por qué quieres tanto a Elena Poniatowska, por qué la defiendes tanto”. Lo hice a propósito de un comentario de Margo Glantz sobre Monsiváis, en el que señalaba que Carlos muchas veces hablaba mal de la gente que no estaba presente y en tono de broma Margo dijo que lo más conveniente era estar siempre ahí, donde él estaba.
Era cierto, tal vez de la única persona que no hacía críticas acerbas era de Elena. La segunda vez que le pregunté, ya Luis González de Alba había lanzado no sólo acusaciones contra ella, sino insultos. Monsiváis me dijo entonces:
“Una de las cosas que más aprecio del trabajo de Elena es su capacidad para colocarse frente a los hechos sin necesidad de mediatizarlos con interpretaciones o prejuicios. Su capacidad de observación está determinada por una forma de bondad que no moraliza pero que tampoco hace que el cronista o el entrevistador se coloque delante de los acontecimientos con una voz protagonista.
“Eso lo llamo capacidad de compromiso, periodista con un alto grado de politización que no debe tomarse de modo alguno como parcialidad, sino como la adopción de un punto de vista. La religión de la objetividad que quisieron imponer los norteamericanos fue como un esfuerzo inútil que garantizará la menor intervención del reportero.
“Si una certidumbre tengo frente al trabajo de Elena es que los hechos que ella relata, tienen como único filtro el lenguaje, y claro, estamos frente a un escritor que problematiza lo que dice, sin dejar de ser fiel a lo que ve. Y en medio de lo que parece ser un problema de orden técnico, lo que veo es resultado de una vocación que se consagra al servicio de la información, sin dejar de pensar en las personas y en su contexto”.
Traigo ese fragmento de una conversación con Monsiváis porque en las respuestas de Elena sobre esta forma de compromiso y sobre las filiaciones a sus amigos de ruta, pocas veces se menciona y se valora esa afinidad moral y política, y por lo general se asocia a grupos cuya fortaleza de conjunto parece  querer imponer puntos de vista “partidistas”, “gregarios”.
 El cierre del mundo propio
 “Estoy tratando de cerrar todo. Quiero tener tiempo para no tener que dejarle un tiradero a mis hijos. Son 60 años de trabajo que todavía están en cajas desordenadas. Hay cajas por décadas, con notas, cartas, apuntes, entrevistas, audios, en fin, una cantidad de documentos que requieren clasificación, orden”, dice Elena.
–Y las entrevistas, ¿se acabó la indagación sobre México a través de sus personajes?
–Sí, eso se acabó. Es muy desgastante. Tengo poco más de dos años sin hacerlas. Aunque hay muchos materiales que estoy ordenando y quiero terminar de configurar mi obra reunida y darle un rostro definitivo.
–¿México en la obra de Elena Poniatowska?
–(Ríe) Yo no soy Octavio Paz.
–¡Afortunadamente!–, exclama Beatriz Zalce.
“En 2014 se cumple el centenario de Octavio Paz. Fue un gran poeta que hoy no se lee mucho. ¿O sí? Cuando murió Paz y fue velado en Bellas Artes, no recibió muestras de cariño de esos lectores desconocidos que agradecen la existencia del escritor. Llegaban los funcionarios en turno con sus esposas vestidas de negro con sus zapatos de tacón muy arregladas. Todas perfectas. Era la imagen perfecta de la apropiación gubernamental de un gran talento”.
–¿No va a reescribir lo suyo?
–Yo no hago autos de fe con mis obras. Hay que ordenar y afinar cosas, pero son pocas para las que espero tener energía. En realidad se trata de ordenar. Lo hecho, hecho está.
–¿Y ya no contrata asistentes?
–Ahora me ayuda mucho Martina, la persona que siempre ha trabajado en la casa. Ella sabe dónde está todo, es un familiar más. Pero siempre he trabajado sola. Cuando me preguntas en qué momento me decidí a tener algún asistente, te digo que su ayuda es muy reciente. Con el libro sobre Guillermo Haro me ayudó una muchacha, Sonia Peña, muy capaz, originaria de la Patagonia. Pero fue una ayuda que tenía que ver con la localización de documentos en el archivo, en las cajas.
“Lo que es muy duro de hacer es transcribir entrevistas, tardé muchas horas haciendo eso. Guillermo Haro me decía: cómo puedes estar haciendo eso, no puedo creer que pases horas escuchando la voz horrible de Demetrio Vallejo, tan aburrido y monótono. Puros cartabones, nunca decía algo espontáneo. Pero cuando llegaba a suceder inmediatamente diluía cualquier huella de espontaneidad”.
 Todo México, la conversación permanente
 –Incomoda que muchas de sus entrevistas no tengan fecha, algunas reuniones de texto omiten ese referente que me parece indispensable para ubicar históricamente su pensamiento. No siga ese mal ejemplo en la edición de Misógino feminista en la que no están fechados los artículos y ensayos de Monsiváis.
–Qué bueno que me lo dices. Yo le quité fechas a todas porque no me acordaba de algunas. Pero se las voy a poner. Tienes razón, ahora que lo pienso, hay muchos entrevistados que sólo pudieron referirse a ciertas cosas por el contexto de época de la entrevista. No podían hablar de cosas que no conocieron pero que desde nuestro presente pueden confundir al lector si desconoce los alcances temporales del entrevistado.
Las entrevistas no las reescribo.
“Hay una posibilidad de reordenar, pero tú decides la manera de fluir. Me gusta el diálogo. Hay costura fina muchas veces, edición, pero trato de no meterme demasiado. Un día en esa labor de escritura cometí un error gravísimo. Una amiga, Rosa Nissan, me dijo ‘mete ese poema de Borges con su entrevista’ y el poema ni era de Borges y me generó un problema gravísimo. Y fue culpa mía por no cotejar, por no verificar. Lo metí a lo loco, sin tener todos los hilos en la mano. No puedes descuidarte.
“Ahora se van a publicar todas las entrevistas que hice y me da mucho gusto”.
Hay un pasaje en la vida de Poniatowska que le duele, aunque cuando se lo contó a la periodista Silvia Cherem y fue publicado en Reforma, significó una loza menos en la espalda para la autora de La noche de Tlatelolco; se trata de su relación con el escritor Juan José Arreola, padre de Mane, su hijo mayor. 
Según escribe Cherem, Poniatowska muestra en una pincelada, que Arreola fue lo peor que le sucedió en su vida, en contraste con la dicha que representó su hijo...
“Pensaba –cuenta ella–  que si no hablaba de eso se sepultaría solo. La vida de mis hijos ha sido plena, satisfactoria y nos hemos dado muchas alegrías. No necesitábamos de ese recuerdo que me traía a la memoria tiempos muy difíciles. Me di cuenta de ese impulso que uno tiene de no decirle todo al entrevistador o cuando sucede lo contrario, apresurarse a callarlo. Pero ya está dicho y es una lápida menos en la espalda”.
 La Fundación de la permanencia
 Insiste en el tema de su fundación:
“Se llamará como yo. Es ahí donde quiero dejar todos estos libros y documentos que tengo en cajas, pero quiero que queden con un orden inicial y por depurar todo lo que no considero útil. Me gustaría mucho que fuera una fundación viva, que asistieran todos esos jóvenes para quienes mi obra y trabajo significan algo. Y también para los que no significa nada, pero les interesan los demás; la lectura, el periodismo.
“Un espacio destinado a las conferencias, los talleres, incluida la ciencia. No como una casa del estudiante pero que alguna persona pudiera quedarse a dormir si viene de paso”.
–Con cafetería…
–(Ríe) Sí, con cafetería y librería. Es quijotesco, verdad? (pregunta al entrevistador). Por eso me fascinó siempre El Quijote, por su capacidad de enamorarse y por su lucha constante contra los molinos de viento.
 El mundo de la política
 –Y con todas estas tareas encima, ¿se visualizaba como secretaria de Cultura?
–Fue un espacio simbólico que me permitió acompañar y respaldar un movimiento, el empuje de un hombre valiente y honesto (Andrés Manuel López Obrador), pero al que le vale un soberano cacahuate la literatura. Le digo: son peores los panistas. En el caso de ellos están históricamente incapacitados. Para los priistas es oropel legitimador que se sostiene en el proyecto revolucionario que tuvo un empuje radical con Lázaro Cárdenas, pero lo que siguió fue el fingimiento cultural. Han sido los grupos culturales los que consiguieron los avances: Reyes, Novo, Fuentes, Monsiváis, Pacheco. En fin, son muchos, no quiero caer en omisiones.
Con todo y que es amada por muchos, reconocida y valorada profesionalmente, también es envidiada, atacada y, según muchos otros, su obra no se sostiene; es endeble y aburrida.
“Pues uno no es monedita de oro. Hay una ausencia de crítica que impide que uno se tome en serio muchas opiniones que son comentarios viscerales y al vuelo.
“Hay consideraciones muy rigurosas de las que uno aprende mucho pero que en el propio ejercicio de la escritura cuesta mucho trabajo ver, cambiar porque forman parte de lo que uno es. Nunca he sido una creída ni he pensado que sea la mejor, estoy muy lejos de eso. Uno le estorba a personas que tienen una vanidad que no cabe en ninguna parte y todo les estorba”, concluye.  




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