sábado, 1 de noviembre de 2008

Kieslowski / Rojo / Trilogía de los colores

 
Krzysztof Kieslowski
ROJO
1994

Rojo, como se puede entender, es el último episodio de esta maravillosa saga. En ella concluyen las historias anteriores de una manera mágica y alegórica, donde se unen simultáneamente los ideales que conforman la bandera de Francia, representados con sus tres colores bases.

La trama toma el último de los conceptos de la Revolución Francesa, y quizá el fundamental para su entendimiento completo: la fraternidad. Es por eso que era indispensable reunir a las demás historias en el film, ya que muchos detalles de las cintas anteriores cobran mucho más sentido en una película donde lo esencial es el diálogo, la solidaridad y el entendimiento mutuo.



En Rojo, se narra la vida de Valentine (Irène Jacob), una inocente muchacha que ejerce de modelo y mantiene con su novio una difícil relación a distancia, que se lleva a cabo solo por llamadas telefónicas. Esto funciona como contrapunto en la película, ya que postula las contradicciones ocultas en las relaciones amorosas, y plantea derechamente las diferencias que a veces acaban con ellas. En oposición a esto, se narran también otras pequeñas historias que tienen que ver con familias y relaciones conflictivas, donde la intención clara es retratar desde distintos puntos de vista los vínculos humanos. Pero, aunque todo detalle parece aportar algo al film, la historia se sigue centrando en Valentine, quien atropella accidentalmente a la perrita del juez Joseph Kern (Jean-Louis Trintignant), un huraño hombre mayor que esconde una triste historia de amor, de la cual se desprenden traumas que lo llevan a investigar de manera muy resentida el comportamiento humano, tomando negativas conclusiones de su experimento. La relación entre Valentine y Joseph, aunque parte de pésima manera, se va estrechando hasta convertise en el mejor ejemplo de fraternidad, y poco a poco ambos aprenden a conocerse y van descubriendo la clave del amor que nutre a la humanidad.

Mientras avanza la película, todas las pequeñas historias se van fundiendo con la de Valentine y Joseph, creando una ambiciosa alegoría de lo fraternal en el diario vivir, y, con mayor razón en esta última, Kieslowski le da un énfasis total a los detalles, al color rojo como símbolo de la pasión y el amor, y a las pequeñas genialidades que terminan siendo el sello personal de un director estricto y eficiente .

Rojo, como ya se puede apreciar, es el broche de oro de una serie de películas que resultan fundamentales para todo amante del cine, quien gozará de cada elemento que le da vida a la llamada "Trilogía de los colores", y en mi opinión, encontrará su cenit y su pieza clave en esta última entrega. Porque Rojo es de esas películas hechas de puro espíritu y sinceridad, donde uno acaba aprendiendo algo más sobre la existencia, alimentando el conocimiento con un plato delicado pero pleno en fuerza expresiva. Es el testimonio de uno de los cineastas más importantes de la historia, y es, sin lugar a dudas, una obra maestra que nadie puede dejar de ver.





Rojo

Kieslowski se despide con el amor

Por Julio Chico

En "Rojo", última película de la trilogía de los colores,  Krzysztof Kieslowski nos ofrece la que considera como única respuesta válida ante la vida, la manera definitiva de ser libre ("Azul") y de conseguir una igualdad personal y social Blanco"). No es casual que el tema central de “Rojo” sea el amor, y que esta cinta sea la última de la serie: sólo el amor permite al hombre ser él mismo, relacionarse con los demás, vivificar la sociedad. Es, por otra parte, la película de Kieslowski con un final más esperanzador. En ella, los protagonistas de la trilogía se salvan del naufragio del ferry: el amor les ha enseñado a navegar entre los sinsabores de la vida, a contracorriente de las dificultades.
Sin embargo, este mensaje de amor no es nuevo en el pensamiento europeo. Aunque el desenlace de “Rojo” es en cierta medida positivo, también resulta ambiguo e incierto porque no sabemos cómo seguirán las vidas de los protagonistas, cómo afrontarán las dificultades en que el amor se debe fraguar y que volverán a presentarse: es posible que se quiebre, y con él la felicidad, la libertad, la igualdad, tesis pesimista a la que el director polaco se ha apuntado vitalmente en la mayor parte de su filmografía, porque la vida se hace viviendo y el cine no puede reflejarla con un punto y final ni con un destino ciego.
Un juez retirado (Jean-Louis Trintignant), escéptico y de corazón endurecido por amargas experiencias del pasado, vive aislado en su casa mientras espía a sus vecinos. Una joven modelo, Valentine (Irène Jacob), sensible y siempre pendiente de los demás, ve cómo su noviazgo pasa por momentos delicados. En esa presentación de los personajes de “Rojo”, Kieslowski nos ofrece la imagen del individualismo frente a la solidaridad, pero la relación que se establecerá entre ellos –la caridad, el amor– conseguirá acercar esos polos antagónicos hasta unir sus destinos y revitalizar sus existencias. Muy cerca de ellos, un opositor de judicaturas, Auguste, (Jean-Pierre Lorit) y su novia Karin (Fréderique Feder) –que trabaja en el servicio metereológico personalizado– hacen planes de futuro. Resultan antológicas esas secuencias que muestran a Valentine y Auguste que se cruzan en su vida ordinaria pero sin que llegar a conocerse: es como si el juego del azar y el destino comenzara su duelo particular, y en medio el individuo guardase bajo la manga su carta de la libertad.
Será precisamente el azar el que propiciará el primer encuentro del juez con Valentine. En un accidente fortuito, la modelo atropella a la perra del juez: ante la indiferencia del dueño por el animal herido, ella se vuelca en atenciones con el animal. En un segundo encuentro, Valentine da muestras de humanidad y de compasión hacia el propio juez al ver cómo se degrada… espiando a los vecinos; a la vez, descubrimos la amargura y el escepticismo del juez, que cuestiona si es posible conocer la verdad o si puede intervenir en la vida de los demás intentando hacer el bien. El juez intuye la sensibilidad de Valentine y se da cuenta de que ella tiene el amor que él siempre ha echado en falta, y experimenta una primera transformación en su interior. Son dos personajes aparentemente opuestos, cada uno con su pasado y problemática existencial, pero que muy pronto sintonizan y se comprenden hasta alcanzar una profunda y delicada amistad. A su vez, se nos ofrecen dos mundos enfrentados: por un lado“el de la imagen” por medio de Valentine, y por otro “el de la palabra” a través del juez: sus oficios de modelo y juez no son casualidad. Ambos se necesitan, y los dos saben escrutar el alma del otro y escuchar: “no es difícil adivinar” el pasado o lo que preocupa al otro cuando se le quiere –es lo que ambos dicen en distintos momentos de sus confidencias–, porque entonces siempre es fácil ponerse en su lugar, ayudarle a abrir su intimidad y a que la luz entre en su vida.
Resulta llamativa la evolución que experimenta el personaje del juez, su regeneración. En cierta medida, aparece como un demiurgo omnisciente, pero que no interviene en la vida de los demás: lo sabe todo, pero no quiere cambiar el destino. La conversación con Valentine le lleva a descubrir a alguien capaz de preocuparse por un animal, de sentir compasión por un vecino, e incluso por él mismo… a pesar de su miserable comportamiento: la luz y el calor del amor penetran de nuevo en su vida. De la amargura y de la indiferencia vital pasará a denunciarse a sí mismo por los actos delictivos, se humanizará su rostro y su trato, saldrá de casa para ir de nuevo a teatro, y hasta acabará mostrando ternura con los cachorros o sintiendo angustia ante las escenas del naufragio. En el último tramo de la película, dirá que sólo le apena no haberla conocido hace treinta años: es aquí donde vemos en Auguste a su alter ego en el tiempo y en Valentine a la reencarnación del amor perdido hace años, hasta el punto de que sus intervenciones desencadenan la ruptura del noviazgo del joven juez y su coincidencia en el ferry con Valentine: al final, su regeneración ha propiciado que el amor sobreviva al naufragio. Amor y destino, azar y libertad, individualidad y divinidad: son las misteriosas realidades apuntadas en la película y sobre las que Kieslowski se pregunta, sin llegar a dar respuestas claras, quizá porque no las tenía. En todo caso, su cine mueve a la reflexión y nos interroga sobre aspectos importantes de nuestra vida.
Decía que el amor es el epicentro de “Rojo” desde el inicio hasta el final porque, según el director polaco, constituye el eje de la vida. De hecho, los dos protagonistas han sufrido sendos desengaños amorosos (el juez hace tiempo, la joven a lo largo de la película) y ambos podrán rehacer sus vidas en una segunda oportunidad. Sin embargo, es un amor entendido básicamente en clave de fraternidad, con referencias continuas a la dificultad que existe para comunicarse y entenderse. Por otra parte, el concepto de amor en Kieslowski va más allá del mero enamoramiento sentimental o afectivo: es lo más opuesto a la indiferencia, es la capacidad de escuchar la vida que bulle en los demás con sus inquietudes (de ahí la importancia de la conversación personal en contraposición a la telefónica, fuente de fracasos y decepciones), de dejarse afectar por los problemas de los demás, de compadecerse y ser solidario con el otro… y de actuar en consecuencia (“Usted está convencida de estar en la verdad: haga algo” le dirá el juez ante el espionaje de la familia vecina que él lleva a cabo). Es, por último, un Amor en relación directa con la Verdad, pues el Juez y Kieslowski se mueven en un terreno pseudo-filosófico y religioso (en sentido amplio).
El mundo que Kieslowski critica es un mundo deshumanizado, superficial, vendido al progreso tecnológico: el teléfono no puede suplir a las relaciones personales directas y se convierte en símbolo de la incomunicación, del des-enamoramiento: la imagen no puede ser una máscara sino que debe acompañarse de humanidad, y distanciarse así del clima frívolo y superficial en que a menudo se ve rodeado (resulta llamativo cómo Valentine no participa de ese ambiente un tanto vanidoso y ensimismado que la rodea en su trabajo). De alguna manera, el director nos viene a decir que la tecnología no puede insensibilizar a las personas hasta el adormecimiento de las conciencias. Cabe también otra interpretación aplicada a Europa como un continente viejo que se ha olvidado de lo esencial y que marcha sin norte hacia un desarrollo tecnológico que le llena de vaciedad, de insensibilidad. No en vano, la historia se desarrolla en Suiza, paradigma del aislamiento y del paraíso fiscal.
Hay, por tanto, en la película gran densidad de ideas, constantes en la filmografía de Kieslowski y que también deben mucho a su guionista y amigo Krzysztof Piesiewicz, que merecerían un estudio más pormenorizado. Se descubre una búsqueda de la autenticidad (el juez dirá a Valentine que “basta con que sea usted misma” para arreglar el mundo, por ejemplo), el juego de la libertad y el destino, la superstición (véase el juego de azar en la máquina tragaperras), el miedo al futuro y a lo desconocido, la ausencia de verdades y certezas, la vida como un misterio indescifrable, o la lucha contra cualquier autoridad que quiera imponer su criterio.
En el plano estético, la fotografía de Piotr Sobocinski es de gran belleza, con el rojo como color que da calidez a sus personajes y a sus relaciones: son numerosos y continuos los objetos y referencias a este color. Y la música deZbigniew Preisner está en la misma línea argumental del amor, para trasmitir esa expresividad romántica usando el tono mayor en su melodía. La introducción en el rodaje de varios planos-secuencia de difícil consecución hablan también de la maestría del director polaco, así como los abundantes planos de fuerte carga metafórica (el vaso roto en la bolera o el otro con agua que se desparrama, o el vendaval que irrumpe en el teatro).
Por último, las interpretaciones de Irène Jacob y de Jean-Louis Trintignant resultan magistrales, llenas de sobriedad y emoción contenida: con sus miradas y silencios nos permiten ver el fondo de su alma con sus temores y preocupaciones, y eso no es nada fácil. Entre las escenas de especial belleza, me atrevo a destacar la de la sesión fotográfica para la campaña publicitaria de los chicles (nada casual, por cierto, el mensaje de la campaña: “En cualquier circunstancia, el frescor de la vida”), la de la pasarela en que Valentine busca con la mirada a su amigo, o la conversación en el teatro cuando el juez le cuenta su pasado. En definitiva, una película de enorme belleza visual, muy cuidada en todos sus planos, y que nos ofrece un pensamiento rico e inquietante, el propio de un director que acabó el rodaje tan agotado que decidió no volver a dirigir. Y así fue, pues falleció a los pocos meses de un paro cardíaco: “Rojo” puede, por tanto, ser considerada como la película-testamento de un hombre que vivió buscando una luz que diese sentido a su existir y que encontró en el Amor.


http://www.miradadeulises.com/2008/10/%E2%80%9Crojo%E2%80%9D-kieslowski-se-despide-con-el-amor/



ROJO
de Kieslowski
Por Javier Ballesteros 

Krzysztof Kieslowski en una de las citas promocionales de "Tres Colores: Rojo"

“Tengo un creciente presentimiento de que todo lo que realmente nos importa somos nosotros mismos. Incluso cuando descubrimos a los demás, seguimos pensando en nosotros mismos. Este es un de los temas de “Rojo”- la Fraternidad.

[…]

La cuestión es la siguiente: Incluso cuando nos damos a los demás, ¿acaso no lo hacemos porque queremos tener una opinión mejor sobre nosotros mismos?

Es algo a lo que nunca le conoceremos respuesta. Los filósofos no la han encontrado en 2.000 años y nadie lo hará.”



Krzysztof Kieslowski, en “Kieslowski on Kieslowski”, ed.Faber and Faber, 1993




 Magistral. Tres Colores: Rojo (Trois Couleurs: Rouge, 1994), es la última de las películas que componen la imponente trilogía Tres Colores de Krzystztof Kieslowski, y también la última película de su vida, que expiró en 1996. Antes del estreno, e incluso ya en algunas entrevistas en tiempos de producción de la trilogía, Kieslowski había afirmado su intención de retirarse como cineasta en activo. Curiosamente, y al contrario que muchos otros aspirantes al olimpo reservado para los más grandes, a Kieslowski no parecía interesarle en absoluto el éxito; es más, el creciente revuelo desatado alrededor de su última obra lo había sumido en una profunda depresión, y agotado por completo.



Los que le conocieron durante el rodaje, equipo y actores, afirmaban que Kieslowski parecía creer firmemente en sus fuerzas, a pesar de trabajar prácticamente sin descanso y descuidar su salud. Kieslowski parecía vivir sólo para el cine, para su trilogía, para su última obra; quizá, la última obra maestra en la cinematografía europea del siglo XX. 



Krzysztof Kieslowski en una de las citas promocionales de "Tres Colores: Rojo"



Sólo por esto, nos damos cuenta de la inmensidad de esta obra predestinada a hacer reflexionar a millones de personas sobre los vitales temas que fluyen en ella, cuyo halo comercial parece ser un simple medio de comunicación de mensajes mucho más valiosos; mensajes altruistas, de conexiones vitales y contenidos casi proféticos.



Sin embargo, a pesar del enorme valor de su entrega, tras finalizar la trilogía Kieslowski continuaba reflexionando sobre la validez de sus actos, en una peligrosa espiral existencialista sin respuestas concretas, y entre sentimientos contradictorios sobre sí mismo y la condición humana. Como dato, añadir que al poco de anunciar su retirada sin remisión, continuó trabajando en los conocidos guiones de una nueva trilogía; esta vez, mucho más trascendental si cabe, y nada más y nada menos, que basados en“La Divina Comedia” de Dante, con el proyecto de elaboración de tres guiones, “Cielo”, “Purgatorio” e“Infierno”. Evidentemente, Kieslowski era ya un ser completamente destinado a una búsqueda de respuestas interminable, confiado o desconfiado, pero absolutamente entregado.

 
En Tres Colores, Libertad, Igualdad y Fraternidad, son las ideas motores de los tres films y, sin embargo, continuamente juzgadas sobre su uso y valor en la práctica de la sociedad. Y es que Kieslowski era ante todo un ser pragmático, que desconfiaba de las buenas intenciones sobre cualquiera de estas ideas, a priori revolucionarias, que embriagaban al mundo occidental en un recipiente hermético, de necesario reciclaje de nuevos valores reales. Kieslowski parecía confiar totalmente en esta premisa, y su trabajo en la trilogía Tres Colores no parece indicar lo contrario, pues sin ningún complejo, estas ideas son una y otra vez puestas sobre tela de juicio en un desesperado intento de reflexión colectiva, de búsqueda de respuestas a la contradictoria esencia de estos valores en conexión con la sociedad. Sin embargo, en el discurso de Kieslowski parece entreverse una creciente resignación y desánimo por encontrar las respuestas al origen de estas ideas a partir del establecido sistema de valores occidental y, tal vez, por ello, en toda la trilogía y en parte de su anterior filmografía, fluyen aires de reciclaje moral y espiritual, de nuevas posibilidades respecto al origen de todos los valores, incluso con aperturas a conexiones trascendentales, antipositivistas o metafísicas; como se quiera llamar.

El caso es que tras la máscara de una sencilla trilogía de colores e impresiones emotivas, y de sus temas principales alrededor de los ideales revolucionarios de la bandera francesa, se esconden ideas mucho más trascendentales, con genealogías mucho más complicadas, como el amor o el destino.


Krzysztof Kieslowski, Irène Jacob y Jean-Louis Trintignant en el rodaje de "Tres Colores: Rojo"

 Así pues, Kieslowski parece despreciar unos simples ideales revolucionarios ante el poderío de otros elementos y fuerzas sobrenaturales, auténticos motores existenciales y circunstanciales. Mientras sus personajes se debaten entre valores humanamente egoístas y se motivan a partir de unas ideas renqueantes en la sociedad occidental, sus actos definen lo verdadero, a partir de conexiones inexplicables, tal vez místicas, o tal vez aún desconocidas. 

Kieslowski muestra como nadie antes en el cine, los actos inconscientes y responsabilidad ignorada de unos personajes iluminados frecuentemente por fenómenos o fuerzas trascendentales, tan incomprensibles como evidentes.



Al igual que en Azul con la idea de Libertad, y en Blanco con la idea de Igualdad, en Rojo, Kieslowski vuelve a cuestionar de base la idea de Fraternidad en la Europa occidental, aunque en este caso parece abarcar mucho más que Europa. Kieslowski parece dejar claro que no cuestiona la naturaleza ni existencia verdadera de Libertad, Igualdad y Fraternidad, sino el idealismo sobre los hombres y de occidente en su uso.

Si en Azul evidenciaba la contradictoria naturaleza de la Libertad respecto a la condición humana, alta y naturalmente egoísta, en Blanco se regocijaba ante la falta de Igualdad, de su idealista uso teórico e hipócrita uso práctico. En Rojo, Kieslowski muestra una vez más su escéptica visión ante la Fraternidad en su uso, partiendo de los egoístas y contradictorios comportamientos humanos. 

Es en Rojo, donde finalmente Kieslowski lanza multitud de interrogantes –algo que motiva mucho más si cabe su carácter testamentario-, muchas más que en las anteriores películas de la trilogía, posiblemente por los definitivos nexos de unión y tentativas de respuesta a todo lo planteado en Azul yBlanco. Tambien incluso encontramos bastantes reminiscencias de su anterior filmografía en Polonia, como por ejemplo se deduce del habitual y sutil homenaje en cada film de la trilogía a uno de sus trabajos en los 80. En esta ocasión, los ecos de un film tan sublime como El Azar (Przypadek, 1987) resuenan por todos los costados de Rojo, cuyo guión parece redimir el trágico final de la pelicula de su etapa polaca, donde el destino del protagonista era mostrado con tres variaciones, y sin embargo finalizaba mostrando la más trágica de dichas variaciones del azar. Con ello, Kieslowski vuelve a matizar en Rojo una de sus constantes como la voluntad de los actos humanos como motor y eje principal de toda predestinación.

Rojo plantea de nuevo preguntas sobre la calidad de valores puros idealizados su antojo por la mentalidad occidental, entre los cuales el Amor significa la cota más alta de pureza. Sin embargo, Kieslowski, siempre escéptico ante tanto romanticismo gratuito proveniente de la sociedad occidental, sugiere la Fraternidad como sucedáneo de ese valor puro en Occidente ya que, como ideal parece inútil e impreciso.

Kieslowski, parece querer mostrar la bondad únicamente relacionada con el Amor, símbolo de pureza, y por defecto, la Fraternidad vinculada más una sensación de empatía que de Amor puro, mucho más relacionada con el amor propio –algo que ya se dejaba entrever en Azul y Blanco, con las dudas sobre la pureza de la Libertad y la Igualdad-. A su vez, el Amor está directamente vinculado a fuerzas externas, conexiones impredecibles y a la predestinación, mientras que la Fraternidad depende directamente de la responsabilidad individual y colectiva.

Empatía y Fraternidad, a falta de Amor y fe, como sucedáneos existenciales a falta de valores puros. 
 


Irène Jacob interpreta a la joven estudiante y modelo Valentine Dussault



La historia de Rojo se sitúa en Ginebra, Suiza, a partir del encuentro de Valentine Dussault (Irène Jacob), una joven estudiante que trabaja como modelo, con Joseph Kern (Jean-Louis Trintignant). Kern es un retirado juez que vive aislado del mundo que le rodea, y al que vigila escéptico y resignado. Valentine atropella casualmente a la perra de Kern, que proporcionará el nexo definitivo de un encuentro que significará el comienzo de una relación de mutua solidaridad y redención entre la joven y el juez.



Junto a la pareja protagonista, Kieslowski sitúa –por primera vez en la trilogía- un relato paralelo a partir de la historia de un joven aspirante a Juez, Auguste Brunner (Jean-Pierre Lorit), que “casualmente” revive paso a paso las situaciones vividas por el retirado Joseph Kern. Este personaje, de vital importancia, simboliza claramente varios de los elementos constantes en el cineasta polaco, como la capacidad de elección o las segundas oportunidades, aparte del conexionado espacio-temporal de todo tipo de naturaleza en sus films. 


En este caso, al parecer a Kieslowski le interesaba mucho más que nunca acercarse al espectador de forma directa, sin demasiada retórica. Esta es la razón, por la que en Rojo todo resulta mucho más evidente y menos “liminal”, como en varias ocasiones se ha acuñado con este término al cine del polaco. De esta forma, y al incluir la historia en paralelo al relato mostrado en imágenes, aunque espacial y temporalmente tenga connotaciones retrospectivas respecto a la vida del juez, Kieslowski completa el mejor guión de su carrera, con una narración magistral y unos personajes perfilados al detalle.



 Jean-Louis Trintignant interpreta magistralmente al juez retirado Joseph Kern

 

Si en las anteriores películas de la trilogía las conexiones físicas o místicas eran lógicas pero aparentes, en Rojo todo es mucho más evidente, más palpable, más sensible. Estas conexiones se convierten en el motor principal de la narración de Rojo, del destino de sus protagonistas, e incluso del destino de todos los protagonistas de la trilogía. 



En Rojo, Kieslowski muestra mejor que nunca varios elementos enfrentados tan característicos de su filmografía, sobre el terreno racional y el irracional, física y mística. Sobre la narración racional, se observa como se densifica la relación entre Valentine y Joseph, mientras que hay muestras del sentido irracional de la otra narración, a partir del paralelismo evidenciado entre Auguste y Joseph Kern.


Kieslowski, había hablado varias veces de su obsesión por los encuentros casuales, por el azar, por la predestinación. En una entrevista en un café, afirmaba esto:

“Me gustan los encuentros casuales; la vida está llena de ellos. En este momento, en este café, estamos sentados al lado de extraños. Todo el mundo se levantará, se marchará, y seguirá su camino. Y, entonces, nunca más se volverán a encontrar. Y si lo hacen, no se darán cuenta de que no es por primera vez.” Y es que, realmente todos los cruces, todo el cableado metafísico de Rojo y de la trilogía, es el verdadero espacio protagonista, en el que Kieslowski se movía como pez en el agua. Por ello, tal vez, su incesante obsesión por completar la trilogía sin poco tiempo de cambio, en sólo 2 años, cerciorándose de que los elementos en escena contenían el mayor número de paralelismos posibles. 

 

El joven Auguste (Jean-Pierre Lorit) revive las experiencias de Joseph Kern al tiempo que su vida se cruza constantemente con la de Valentine en una alusión directa al destino y a las segundas oportunidades.

En Rojo, la secuencia inicial es toda una declaración de principios, a través del cableado telefónico, de las vías de una atracción que desemboca en el mar o del trazado de metro. Kieslowski muestra directamente en imágenes el paralelismo entre las vidas de los protagonistas y el destino de su relación, en una misma dirección. Desde el comienzo, vemos al joven juez y a Valentine cruzándose en varias secuencias e incluso planos, sin ningún tipo de conexión directa. Kieslowski parece querer aumentar la sensación en el espectador del cruce, del definitivo nexo entre Valentine y Auguste, que como vías de un mismo tren parecen destinados a que esto no suceda, y sin embargo, su dirección indica lo contrario.

Sobre la Fraternidad, en Rojo las situaciones y diálogos son mucho más reflexivas que en las anteriores peliculas con las ideas de Libertad e Igualdad. A través de Joseph Kern –excepcionalmente interpretado por Jean-Louis Trintignant-, el cineasta muestra su indiferencia ante la posibilidad de una respuesta desde un sistema racional, y un estado basado en valores morales establecidos. Kern vigila y espía a sus vecinos, con la sencilla excusa aparentede conocerlos realmente, pues está resignado a que la verdad surja de los individuos por sí misma. En la presentación de Kern, los motivos de esta apatía moral del viejo juez, parecen contradictorios. Sin embargo, a lo largo del relato, y sobre todo ante la extraordinaria analogía directa con la otra historia paralela sobre Auguste, somos conscientes de que los motivos son mucho más personales de lo evidenciado. Kern, descubre en Valentine otra posibilidad, que no había presentido en muchos años. A su vez, Kern significa para Valentine su encuentro vocacional con la rebeldía, la lucha y acción solidaria.
Kern queda iluminado por Valentine, pues representa todos los valores que él considera perdidos en la sociedad. Significa una esperanza. A su vez, Valentine recibe una limpieza de idealismos por parte de Kern, quien se gana definitivamente su confianza. Ambos son ahora seres complementarios. Esta es la idea principal como base sobre la idea de Fraternidad, la cual, para Kieslowski, tiene fundamento bajo una base de acciones complementarias o solidarias, con menos connotaciones altruistas que el idealizado concepto estandarizado de Fraternidad. 
 
La puesta en escena de "Tres Colores: Rojo" contiene multitud de connotaciones místicas relacionadas directamente con el amor y el destino. En la famosa imagen del cartel publicitario en alusión a un “Dejá vù” de la escena final. Simplemente magistral.



Sin embargo, para Kieslowski todo lo racional puede girar en sentidos contradictorios a partir de lo irracional. En este caso, como siempre, el amor y el destino son fuerzas desconectadas de todo motor lógico. El amor que Valentine siente por su hermano, despierta en Kern sentimientos olvidados. A su vez, Kern despierta en Valentine sentimientos que giran progresivamente desde la compasión inicial hasta el respeto y la solidaridad.



Hacia el final de la película, Valentine ha aprendido de la rebeldía de Kern, a tomar decisiones y a ser fiel a sí misma, sin necesidad de esperar un impulso extraordinario en la ayuda a los demás; es el ejemplo de la fraternidad menos idealista que Kieslowski trata de reflejar durante todo el film, pues para él siempre hay algún sentimiento potencial inactivo determinado por factores externos. Por su parte, Kern ha quedado iluminado por Valentine –incluso literalmente en un poética secuencia con Valentine sentada en el suelo-, que simboliza para Kern la vuelta de todos esos valores inactivos durante muchos años y la posibilidad del reencuentro.


Tras el color rojo, es evidente que existen connotaciones políticas respecto al sentido de Fraternidad, y sin embargo, y al igual que en Blanco con la Igualdad, Kieslowski consigue esquivar con maestría cualquier mera afiliación política. Si Blanco parecía criticar de base la hipocresía de la Igualdad como simple concepto equilibrante, en Rojo la Fraternidad es puesta en evidencia en su uso como factor de obligada unión, al demostrar que sólo elementos no manipulables pueden despertar un sentimiento puro fraternal.

Estéticamente, Rojo recupera el poderío de Azul sin conseguir alcanzar el efecto psicológico de ésta en el uso del color. Sin embargo, en Rojo podemos observar como a partir de la puesta en escena de este color, la frialdad inicial del juez se presume contradictoria, o como no es necesario añadir más elementos en el diálogo para mostrar las tensiones entre Kern y Valentine. Los juegos de color, como la famosa escena de Valentine posando con una tela roja de fondo como “Dejá vù” de la escena final, tienen connotaciones místicas relacionadas directamente con el amor y el destino. Simplemente magistral. De nuevo la música está compuesta por Zbigniew Preisner, en otra excepcional partitura que recuerda el estilo de La Doble Vida de Verónica.

Rojo contiene varios movimientos de cámara magistrales y un cuidado especial en los primeros planos de objetos –tazas o vasos habitualmente-, algunos de ellos cargados de simbolismo, que como es habitual en el cineasta polaco reflejan sencillas metáforas de lo que sucede.



Trailer de "Tres Colores: Rojo (Trois Couleurs: Rouge)"


Con Rojo, Krzysztof Kieslowski recibió definitivamente el reconocimiento unánime de crítica y público. Nominada a tres Oscar en 1995, en las categorías de Mejor Dirección, Mejor Fotografía y Mejor Guión Original, finalmente no pudo optar a la Mejor Película en Habla no Inglesa, por cuestiones de coproducción. Fue también nominada a la Palma de Oro del Festival de Cannes y arrasó en Francia en los César de ese mismo año, entre otros muchos galardones internacionales. Nunca será suficiente el reconocimiento al cineasta de los valores y emociones puras, Krzysztof Kieslowski.


http://lafilmotecadesantjoan.blogspot.com/2011/04/tres-colores-rojo-de-krzysztof.html




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