lunes, 30 de enero de 2012

Lucy Leite / Releyendo a Bohumil Hrabal


Bohumil Hrabal

Lucy Leite
RELEYENDO A BOHUMIL HRABAL
BIOGRAFÍA
Literatura de la compasión


Todos tenemos nuestras manías, excentricidades o locuras, pero nos relacionamos con los otros intentando ocultarlas o, como mínimo, convertirlas en meros hechos anecdóticos. ¿Qué pasaría si nos abriéramos del todo, exponiéndonos? Sacaríamos a la luz lo que nos hace diferentes, únicos. Nos haríamos personajes de las historias de Bohumil Hrabal, escritor checo indispensable. Cuando lo leo, siempre me acuerdo de Fernando Pessoa, o del poeta Manuel de Barros, o de Sócrates, pensadores que creaban a partir de su condición de polvo, de su pequeñez, con una compasión visceral por los infelices, por los miserables que tienen vidas llenas de milagros a pesar de sí mismos, por aquellos que no saben nada de la gran filosofía, ni de religión ni de literatura, simplemente porque viven inmersos en ello. Así fue la vida de Hrabal, al que, de joven, le gustaba salir todo engalanado con sus mejores trajes, pero con los pies descalzos, aunque sintiera mucha vergüenza y sus ojos estuvieran siempre fijos en el suelo.
                 Su obra retrata la ironía de los tiempos en los que él vivió durante sus 80 años, con personajes lacerados por deseos (a menudo pequeños) que no logran concretarse simplemente porque hay fuerzas (el poder instituido o la misma ironía de la vida) que no permiten su concreción. Como una vez, en 1946, en que Hrabal, que había abandonado la carrera de derecho, estaba muy contento por haber sido ascendido de su puesto de soldado de artillería y por comenzar a usar un uniforme más importante, solo para finalmente, como en una historia cómica, su ascenso ser revocado. Después trabajó como obrero, metalúrgico, prensador de papeles, vendedor de juguetes, de redes para el bigote, y de todo tipo de cachivaches que lo tenían viajando por la Bohemia, en contacto con las personas que más le interesaban, los seres más sencillos, en los que se ve el dolor y la alegría de lo cotidiano. Por eso, los personajes de sus novelas tienen las profesiones más insólitas, como el viejo que trabaja en una prensa de papeles (Una Soledad Demasiado Ruidosa), el mesero Ditie (Yo que he Servido al Rey de Inglaterra), el anciano zapatero Jiri (Lecciones de Baile para Mayores), el empleado de la ferroviaria (Trenes Rigurosamente Vigilados).
                Sus narraciones en primera persona, en las que se desgarra para mostrar pequeñas particularidades que son tan universales, nos acercan a un mundo melancólico, surrealista, lleno de belleza.
                “[...] estaba tendido desnudo y miraba el techo, la rubia acostada a mi lado, miraba igualmente el techo, y de buenas a primeras me levanté y saqué del florero una peonía y quitándole los pétalos, cubrí el vientre de la señorita, todo él, aquello era tan hermoso que me sorprendí y la señorita se levantaba y miraba también su propio vientre, pero las peonías se caían, así que la volví a acostar tiernamente, para que quedase tendida, y fui a coger un espejo colgado de una escarpia y lo puse de tal manera que la señorita pudiese ver qué hermoso era su vientre decorado con los pétalos de peonías, le dije que sería hermoso, que siempre que viniese y hubiera flores a mano, le cubriría la tripita con ellas, y ella dijo que esto aún no le había sucedido nunca, semejante honor a su belleza, y me dijo también que se había enamorado de mí por aquellas flores y yo le dije que sería hermoso que, cuando en Navidades cortase ramitas de abeto, le cubriese la tripita con aquellas ramitas, y ella dijo que sería más hermoso si le decorase el vientre con muérdago, pero que lo mejor de todo sería, y esto lo tenía que encargar, que hubiese un espejo colgado desde el techo justo sobre el canapé, para que nos viésemos acostados, sobre todo ella, para que pudiera contemplar qué hermosa es cuando está desnuda con la corona de flores en torno al conejito, corona de flores que variaría según las estaciones del año y las flores típicas de cada mes, qué hermoso sería cuando más adelante la cubriera con margaritas y lagrimitas de la Virgen María, crisantemos y dalias y también con hojas de colores otoñales… y entonces yo me levanté y la abracé y me sentía grande [...] comprendí que con dinero no sólo puede adquirirse una bella muchacha, sino que con dinero también es posible comprar poesía.” (Yo que he servido…)

Aquí vivió Hrabal

                 En este tramo de Yo que he Servido al Rey de Inglaterra, vemos el heroísmo del personaje, un éxtasis alcanzado a través de un simple acto de atención hacia una prostituta que se ve coronada de flores. Sus personajes están sumergidos en el absurdo a tal punto que sus corazones no logran dar cuenta de la realidad, sino que, más bien, la realidad los engulle mientras ellos intentan aprehenderla desde la sencillez de sus emociones.
               Hrabal contaba sus historias como lo hacía su tío Pepin, con una verborrea en la que encadenaba relatos de muchas experiencias vividas, pero, principalmente, de alguien que ve la vida como una fiesta o una sorpres, también como hacían los escritores surrealistas con su escritura automática. Pepin era su ídolo, tanto como André Breton o Dali. En Lecciones de Baile para Mayores, por ejemplo, hay una sola oración que empieza y no termina, sin puntos seguidos ni apartes: un hombre va recordando su pasado y una cosa le recuerda otra. Ese estilo está presente en todo Hrabal y hace que sus libros sean una pequeña explosión de milagros y uno se quede siempre pensando en lo sorprendente que es la vida.
              “Los libres pensadores reprochaban a la Iglesia que Cristo, si era Dios, tuviera relación carnal con una mujer perdida, pero yo decía que en eso no había nada que hacer, que ante una belleza yo también me rendía, como no iba a sucumbir Cristo, Nuestro Señor, el hombre más seductor de su época, y ya ven, María Magdalena, aunque de oficio fue ramera en un bar, logró, no obstante, la santidad y conquistó popularidad en el cielo y no traicionó a Cristo; con su propio cabello limpió su sangre y él, pobrecito, clavado en la cruz por haber predicado a favor del progreso social y que todas las personas fueran iguales.” (Lecciones de baile para mayores)
                Hrabal ha sido criticado por haberse mantenido ajeno a la política en su país, por haber cedido ante el régimen para poder seguir publicando, cuando tantos escritores se vieron obligados a exiliarse para sobrevivir. Para él, irse de su país natal era la muerte y allí se quedó ante el miedo, que lo empujó a escribir. Se fue a su casa en los bosques de Kersko, con sus gatos y su mujer Pipsi, y allí escribió dos de sus grandes obras, Una Soledad Semasiado Ruidosa (1971) y Yo que he Servido al Rey de Inglaterra (1976). Pero el pavor no lo abandonó nunca. En Cartas a Dubenka él lo describe muy bien. Lo que quería era ser publicado en su país y nunca traicionó lo que llevaba dentro: las ganas de libertad y de tomar cerveza en el Tigre de Oro sin que nadie le molestara.

El Tigre de Oro, Praga
El Tigre de Oro, Praga

                Si los libros de Hrabal no tienen un tono consternado de denuncia, jamás dejan de abordar el peso de la cultura o del poder sobre el individuo. No el individuo político en tanto parte de una “clase para sí”, sino el hombre común, el que sufre cuando se le muere un gato o que aún intenta buscar dignidad en la humillación inventándose explicaciones que hagan el mundo un poco más plausible. Porque, antes que la política, es el sufrimiento humano lo que nos hace iguales.
              Hrabal se destripaba en sus libros, en los que hablaba de sí mismo, de las personas que conocía, de las historias que escuchaba en los bares. Si su obra fuera pictórica, sería un Hieronymus Bosch, con esas personas con caras de cerdo, tan patéticas y tan dignas de compasión, en un cotidiano mágico, lleno de posibilidades.




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