sábado, 20 de abril de 2002

Marguerite Duras o el don de fascinar

Marguerite Duras

MD o el don de fascinar Por BEATRIZ DE MOURA
Jueves, 19 de septiembre de 2002


Beatriz de Moura es editora de Marguerite Duras en España.


'Muy pronto en mi vida fue demasiado tarde. A los 18 años ya era demasiado tarde', leemos en la primera página de El amante, de la gran Marguerite Duras, auténtica diva de la literatura francesa del siglo XX. Todo parece indicar, por tanto, que a ella le ocurrió antes de los 18 lo que al común de los mortales nos lleva al menos cinco décadas. De hecho, algo definitivo empezó a ocurrirle a 'la niña' a los quince años y medio, cuando, en la travesía del río Mekong en dirección a Saigón, la mirada melancólica de un joven chino muy elegante se detuvo sobre aquel cuerpo frágil, aún casi infantil, que se adivina a través de un vestido raído de seda vagamente blanco que la brisa adhiere a la piel; lleva además un extraño sombrero de ala plana y unos zapatos de tacones altos de lamé dorado.

Por entonces, antes ya de esos 15 años, cuando todo está aún en suspenso en 'la superficie de la fuerza del río', la jovencita ya le había dicho a su madre que lo que quería era escribir. En realidad ya conocía el dolor de muchas pérdidas, de la humillación, de la pobreza, del deseo, y sabía que de eso escribiría un día. 'No se trata de que sea necesario conseguir algo, sino de que sea necesario salirse de donde se está' para hacerlo; eso también lo sabía ella segundos antes de que algo definitivo empezara a ocurrir, en el instante mismo en que el joven chino salió de su limusina, se acercó a ella temblando y le ofreció un cigarrillo inglés. En ese instante, la frágil quinceañera ya estaba preparada para lo que estaba por ocurrir, ya era mayor, casi adulta. Cincuenta y cinco años después, convertida ya en MD, ella misma nos lo confirma en El amante: 'Desde el primer instante 'la niña' sabe algo así: que el hombre está en sus manos. (...) También sabe algo más: que, en lo sucesivo, ha llegado sin duda el momento en que ya no puede escapar a ciertas obligaciones que tiene para consigo misma. (...) La niña ahora tendrá que vérselas con ese hombre, el primero, el que se ha presentado en el transbordador'.

Que no se lleve a engaño el lector: no estamos ante una historia más de un primer amor. Por muchos motivos; tantos, que, por no abrumarle, me referiré sólo a dos: primero, porque, aunque -como en las novelas rosa o en los culebrones- el amante sea rico y la niña pobre, él chino y ella blanca, y ese deseo, ese amor, sean imposibles antes ya de empezar, esta historia, que ocurre en 1929 en la antigua Indochina, nos conduce mucho más allá de la simple anécdota; ilumina, con la contagiosa pasión que emana de ella, nuestra propia experiencia, por ajena y lejana que sea de la que lleva a la autora a confesar: 'A los 18 años envejecí. (...) Quienes me conocieron quedaron impresionados al volver a verme dos años después. He conservado aquel nuevo rostro. (...) Tengo un rostro destruido'.

El segundo motivo se refiere a la voz narrativa de la Duras, que ha fascinado a tantos imitadores, destrozándolos, por supuesto, porque, de hecho, es única; su escritura le pertenece sólo a ella, y sólo suyo es el don de fascinar con ese estilo propio, inimitable.

Tuve el privilegio de conocerla poco después de que publicara en Francia El amante. Ella salía del infierno de una cura alcohólica y se sumía aún de vez en cuando en silencios insondables que había que respetar. Debíamos elegir una foto para la cubierta de nuestra edición española, la primera en otro idioma. Desparramó sobre una mesa un montón de fotos de aquellos tiempos, entre los 15 y los 17 años. De pronto, apareció el primer plano de un rostro deslumbrante, la mirada fija en nosotros, una mirada adolescente, triste y perversa, temerosa y atrevida a la vez. ¡Allí estaba 'la niña'! A MD le gustó que la eligiéramos sin vacilar. Esa foto dio luego la vuelta al mundo en la cubierta de incontables ediciones en otros idiomas, porque no cabía duda: era el rostro de MD antes de que se convirtiera en un 'rostro lacerado por arrugas secas', el mismo que teníamos nosotros delante aquella tarde de invierno en París mientras elegíamos la foto.

También le gustó la traducción de Ana María Moix, que ha conseguido transmitir en nuestro idioma a los lectores la fuerza, la peculiaridad de esa escritura inimitable. Esta fuerza convirtió El amante en algo desconocido e insospechado hasta entonces para MD: un best-seller, ¡ella, que ya había escrito más de veinte novelas, que era ya una autora consagrada! A partir de entonces, con el rostro y el cuerpo ya devastados por aquélla y otras experiencias feroces, pasó a ser venerada en el mundo entero.

Envidio de verdad a quienes lean por primera vez este libro, e invito a releerlo a quienes ya lo habían hecho, porque, al igual que los grandes clásicos, su lectura sigue estremeciendo y alumbrando nuevas emociones y reflexiones.





martes, 2 de abril de 2002

Isaac Bashevis Singer / Entre el alma y la historia

Isaac Bashevis Singer

Entre el alma y la historia


Marcelo Birmajer
20 de abril de 2002

Amor y exilio, la trilogía autobiográfica de Isaac Bashevis Singer,premio Nobel en 1978, recorre el siglo XX a través de un exquisito despliegue literario. Es su primera traducción directamente del yídish.

Para un discípulo de mi calaña, la aparición de una nueva traducción de Singer al español representa una inmensa alegría, pero también un dejo de malsana tristeza. Me gustaba poseer en mi biblioteca argentina algunos libros del maestro que consideraba incunables: todos los volúmenes que aún no habían sido traducidos a mi lengua y que conseguí comprando por Internet, en la mayoría de los casos usados. Pero superado el egoísmo, la divulgación de Amor y exilio, la trilogía autobiográfica de Isaac Bashevis Singer, es una noticia maravillosa para los lectores hispanoparlantes. En su habitual prosa prístina, acelerada y salpicada, Singer utiliza fragmentos de su vida para narrar uno de los mejores testimonios de un judío perdido en el periodo de entreguerras, entre Polonia y Estados Unidos, con una breve escala en París.





AMOR Y EXILIO

Isaac Bashevis Singer Traducción de Rhoda Henelde Abecassis y Jacob Abecassis Ediciones B. Barcelona, 2002 431 páginas. 17,99 euros
Pocas veces tenemos un acceso tan ameno y brillante al punto de encuentro entre la Historia y la historia de un hombre

Como dice en la nota de autor,

ninguna autobiografía puede por sí misma convertirse en un texto literario atractivo -y Singer sentía pasión por entretener al lector-, de modo que hace falta retorcerla hasta que dé su nota. Al respecto, a Singer se le va la mano: como reconoció más tarde, en esta autobiografía oculta la fecha de nacimiento de su hijo, al que abandonó cuando tenía cinco años. (Es interesante leer el recuento del hijo, Israel Singer, criado finalmente en un kibutz israelí, en su libro Journey to my father -otro de mis supuestos incunables-). Pero lo que nos importa de Amor y exilio no son los falseamientos a favor de la literatura o de la mala conciencia, sino el texto en sí mismo, que es a un tiempo una novela arrasadora y una memoria llena de verdad. Junto con Mi último suspiro, de Luis Buñuel, y Yo necesito amor, de Klaus Kinski, Amor y exilioocupa el lugar de los testimonios imprescindibles del siglo XX: no por su capacidad abarcativa, sino por el entrelazamiento entre el siglo apenas pasado (que fue también el nuestro) y el alma humana. Y, esencialmente, por su despliegue literario y su desconcertante modo de invitarnos al conocimiento.
La compasión y el descrédito que Singer experimenta frente a los sucesos humanos aparecen en este libro sin el consuelo de la ficción explícita y podríamos categorizar su resultado reflexivo con el título de uno de sus cuentos: No deposito mi confianza en hombre alguno.
Las historias de amor de Isaac Bashevis Singer que campean en este libro no son eróticas ni románticas, sino canciones desesperadas y elegiacas. Es imposible intentar reproducirlas con elogios sin sonar patético o cursi: no hay más remedio que recomendar leerlas. Las primeras páginas, dedicadas a su infancia, mantienen el tono y la excelencia de los libros de memorias que dedicó específicamente a esa etapa de su vida, En la corte de mi padre o Kromchalna 10,traducido al español hace ya muchos años, y More stories from my father court,que espero que la editorial Debate ponga en las librerías cuanto antes. Este nieto e hijo de rabinos duda de las órdenes de Dios, pero no de Su existencia, siente conmiseración por el hombre, pero ensalza la sacralidad de la vida humana; se contrabandea por la vida y encuentra en las mujeres el único subterfugio de antídoto porque, como Kinski, necesita amor y el aburrimiento puede matarlo. Pocas veces tenemos un acceso tan ameno y brillante al punto de encuentro entre la Historia y la historia de un hombre.
La pintura de esa Norteamérica acogedora -para los que lograron llegar a ella-, que comenzaba a salir de su peor depresión económica y se aprestaba a entrar en la más épica de sus guerras, es un bálsamo en contraste con el desastre de la Polonia que abandonaba, destrozada por crisis previas y a punto de convertirse en una gigantesca redada de muerte a manos de los hitlerianos. Singer es siempre un turista accidental y sus guías de las ciudades, como las del personaje de aquel título, son siempre imperdibles. Varsovia, París y Nueva York son otras ciudades y las mismas, inventadas y reales, cuando las leemos a través de los ojos del mago de la calle Brodway número 86, el sitio donde ahora aparece el bulevar que lleva su nombre.

En la novela Shosha, el álter

ego de Singer dice que fue educado en tres lenguas muertas: el hebreo, el arameo y el yídish. Como todos sus textos, Amor y exilio fue escrito en yídish, idioma al cual, con su sola pluma, resucitó magistralmente. Aunque las fechas que suelen consignar las bibliografías de Singer son las de la primera traducción de cada libro al inglés, la mayoría de ellos fue publicado inicialmente, por capítulos, en el Forward, el diario yídish de Nueva York. También Amor y exilio,escrito en los años setenta, en tres series: Un niño en busca de Dios, Un joven en busca del amor y Perdido en América.
La autobiografía de Isaac Bashevis Singer puede leerse en las peripecias del álter ego que con distintos nombres protagoniza muchas de sus novelas: Enemigos, una historia de amor (1972), Shosha (1978), El mago de Lublin (1960), El certificado (1967), y libros de cuentos: La imagen (1985), Passions (1975), A crown of feathers (1973), Un amigo de Kafka (1970). Incluso en novelas históricas como El esclavo (1962) o El rey de los campos (1988). Esto no hace menos imprescindible la lectura de sus relatos autobiográficos inmediatos, como En la corte de mi padre, o este Amor y exilio: un recorrido folletinesco por la vida de este hombre que nació en Polonia en 1904, obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1978 y vivió hasta el 1991 en Estados Unidos.
Singer amó profundamente al moderno Estado de Israel -donde renació el hebreo-, y a las lenguas en las que se crió deberíamos sumarle el inglés de su madurez. En su vida errante, entre lenguas, países y amores, en su contradicción eterna entre lo profano y lo sagrado, Singer puede estar tranquilo de haber encontrado, finalmente, un sitio seguro: la memoria de sus lectores.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 20 de abril de 2002